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Cuando se es niño se siente la necesidad de ser aprobado. Cuando se es criticado, regañado, avergonzado o ignorado se forma una pobre opinión de uno mismo, ya que cree que las cosas negativas que sus padres le dicen son ciertas, por lo que merece el descuido o el maltrato que se le puede llegar a dar. Así, los mensajes negativos recibidos en la niñez suelen estar presentes en la edad adulta y ejercen una influencia más fuerte que los mensajes positivos que reciben de los demás.

Tienden a ignorar sus triunfos y sus aciertos porque se convierten en adultos perfeccionistas. Muchas veces fijándose objetivos inalcanzables y para lograrlos se vuelven adictos al trabajo o coleccionistas de éxitos, a veces a costa de su salud o de las buenas interrelaciones sociales.

El perfeccionismo puede provocar una reacción contraria que es sentirse abrumad@ por las altas metas o por la enorme cantidad de cosas que desean hacer. Terminan posponiendo todo, pierden el entusiasmo y al fin renuncian a lo que se propusieron sin siquiera haberlo emprendido.

Su irresponsabilidad es por la “certeza” de que van a fracasar. Por esto, hay que pensar qué tan razonables son las metas que nos hemos propuesto. Es bueno hacer una lista de las actividades planeadas para el día, ya sean de trabajo o de diversión, porque si la relación es muy larga, pasemos algunas actividades a otro día para conseguir un plan equilibrado y posible. Es tal el empeño en recibir la aprobación de los demás que cuando éste por fin llega no saben cómo manejarlo y aceptarlo.

Se apenan hasta del elogio más sencillo e intentan desestimar sus logros, diciendo por ejemplo: “Bueno, conté con mucha ayuda”, “no te has dado cuenta de los errores que cometí”, etc., y piensan que cómo es posible que los demás tengan tan buena opinión de su actuación, o de su trabajo, ya que “no es para tanto…”.

El extremo contrario también demuestra una pobre autoestima que es hacer alarde de sí mismo a la primera oportunidad. Viven temerosos de que alguien pueda descubrir “la verdad” de su poca valía. Como “inferiores” o “superiores” nos privamos del sentido de pertenencia y de la consecuente sensación de igualdad y reciprocidad.

Al dejar de compararnos y de competir con los demás, entonces y solo entonces somos capaces de relacionarnos con los otros sanamente.

Las anclas, cadenas o ataduras mentales y emocionales que tenemos podemos romperlas cuando descubrimos nuestra presencia interior, nuestra esencia, nuestro yo profundo, a través del amor a uno mismo y como consecuencia se da la autoestima. Reflexión: ¿hasta qué punto mis relaciones con los demás están marcadas por un sentido de competencia?

¡Ánimo!, hay que aprender a vivir.

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