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La madrugada del domingo 22 de septiembre de 2002 el huracán Isidore, de categoría III en la escala Saffir-Simpson, tomó dirección al oeste y se dirigió a la costa yucateca. De acuerdo con el pronóstico del Centro Nacional de Huracanes de Miami, debería cambiar luego al noroeste y dirigirse hacia el estado de Texas, algo que jamás ocurrió, ya que, conforme pasaban las horas, mantenía rumbo al oeste con tendencia al suroeste y disminuyendo su velocidad de movimiento. Para la mañana, se acercaba peligrosamente a la costa yucateca, lo que hizo que las autoridades extendieran la zona de evacuación a todos los municipios del norte del estado y no solo a la zona costera.

Esa mañana de domingo, aunque la población yucateca ya sabía del huracán, no lo tomó muy en serio, sobre todo los habitantes de Mérida y su zona metropolitana. Decían que si habían sobrevivido a Gilberto, el huracán del siglo, en 1988 qué más les podría hacer un huracán que para empezar tenía un comportamiento errático, venía muy despacio y además el Centro Nacional de Huracanes pronosticaba que se desviaría; así que, por lo tanto, el cielo nublado y la llovizna que ya caía en forma continua no iban a echar a perder el día a nadie, pues un poco de viento y agua qué más podrían causar.

Mucha gente fue a misa, a los súper, a las plazas, al cine, a visitar a los parientes y a los amigos y a las fiestas ya programadas, desatendiendo el llamado de las autoridades. No teníamos cultura de la prevención definitivamente y había exceso de confianza, pero Isidore tenía otros planes para los yucatecos, les haría pagar caro su menosprecio y muchas personas pasarían el huracán en los lugares a donde fueron, llevándose la lección de su vida, pues fue un meteoro de largas horas de duración, como jamás había ocurrido en Yucatán.

Al mediodía, Isidore, contra todo pronóstico, ingresa a tierra por Telchac Puerto y toma rumbo en forma lenta hacia Mérida, la capital del sureste mexicano, y también hacia la ex zona henequenera, donde se encuentran los municipios de Motul, Izamal, Homún, Acanceh, Umán, Kanasín, etc., y, lo peor, hacia una región donde se concentra la mayor cantidad de habitantes del estado y donde también se encuentran los mayores centros económicos, los cuales fueron devastados, para luego ir hacia el sur y dejar caer una gran cantidad de lluvia que dejó más de 800 mm de altura de lámina de agua, algo inédito para esa zona, que quedó inundada.

La tarde y noche del domingo 22 y la madrugada del lunes 23 fueron largas, muy largas, soportando el impacto de un huracán que iba muy lento, casi semiestacionario; la gente estaba atónita ante lo que ocurría, jamás pensó vivir algo así. Creíamos que con Gilberto se había sufrido lo peor que podía provocar un huracán; todos ese lunes 23 esperábamos un amanecer que no llegaba, con un viento que no cesaba. Seguimos la otra semana.

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