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Nadie puede menos que alegrarse al leer en Novedades que Yucatán y Mérida en particular se han convertido en sitios de atracción de visitantes y que en estas vacaciones los hoteles están a tope y los servicios especializados en la atención de turistas viven sus mejores días. Eso solo significa que hay ingresos y que de una forma u otra todos salimos beneficiados porque dicen –y parece que es verdad- que el peso turístico es el mejor repartido de todos y aunque sea un cachito nos llega hasta a los que aparentemente nada tenemos que ver con esa industria.

De modo que ¡albricias! Y, para estar a tono con la época, ¡aleluya! No quiero de ningún modo ser aguafiestas. Es un gusto ver las calles de Mérida llenas de personas de otras latitudes que vienen a conocer lo mucho de bello que tiene la ciudad y que de aquí se desprenden para visitar sitios de atractivo cultural –que es lo que distingue a Yucatán- y natural de los que tenemos hasta para regalar. Seguramente los que llegan a los grandes hoteles –de los que ya hay muchos y muy buenos- reciben atención esmerada como es tradicional.

Sin embargo –aquí viene el pero- creo que sería muy conveniente que la autoridad encargada del turismo vire a ver a quienes caminan por calles y parques –en especial la Plaza Grande y los barrios cercanos- y que sufren acoso (ataques diría, si no me fueran a calificar de exagerado) de una multitud de vendedores de todo, desde chales y blusas hasta puros y abanicos y recorridos por zonas arqueológicas y cenotes. Por lo que he visto, esa gente –que, desde luego, tiene todo el derecho del mundo de ganarse la comida- representa una molestia y hasta un peligro para los visitantes.

Ya alguien ha dicho que hay que tener mucho cuidado con las agencias de viajes “patito” –como algunas que ponen un puestecito en la acera y desde él salen a acosar turistas- y con los vendedores ambulantes de “tours” que solo timan a incautos, pero el problema sigue y crece y nadie parece verlo, inclusive a unos metros de los palacios municipal y de gobierno.

En este rubro quisiera llamar la atención de quien pueda resolverlo sobre el serio problema que ocurre en el mercado de Santa Ana, donde una nube de meseros, apenas divisan a un prospecto de cliente, salen con menús en mano a ofrecerle lo que en su puesto venden. Me ha pasado ya y verdaderamente se siente uno apabullado y con ganas de salir corriendo. Hasta el hambre se te quita.

La calidad de los antojitos regionales que ahí se ofrecen es bastante pareja, y deberían dejar que sea el presunto comensal quien elija. Se siente muy feo que te estén casi achocando sus productos. A ese paso, ya va a ser difícil que alguien se atreva a invitar a sus visitantes a comer en ese sitio y todos van a salir perdiendo.

Bienvenidos los visitantes, pero hay que darles condiciones para que su paseo y su diversión sean inolvidables. La mejor propaganda, dicen los que saben, es la que se hace de boca en boca y si dejamos que estén cómodos y tranquilos nos van a recomendar.

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