Al borde de la depresión
El poder de la pluma
Hace unos días platicaba con un amigo de toda la vida que no es periodista, pero que conoce las entretelas de este oficio –un oficio en el que son más los duelos y quebrantos al estilo quijotesco que las glorias, si es que lo ejerces con honradez porque a veces apenas alcanza para la olla podrida o para los moros y cristianos- y me comentaba que tiene la impresión de que cada vez más, en las circunstancias políticas que hoy se viven (cuando parece que prima la voluntad de un solo hombre), la voz de algunos periodistas suena como la de aquel Juan en el desierto.
He estado pensando en los comentarios de mi amigo y he de confesar que en las noches de insomnio me punzan el alma y me ponen al borde de la depresión. No dejo de admitir que tiene mucho de razón y que a veces parece inútil estar insistiendo en las críticas si enfrente no hay la mínima gana de al menos oírlas o si te responden es con una andanada de improperios y descalificaciones.
Mi vida entera, desde los 24 años de edad (ya tengo 72), ha estado dedicada al periodismo y he recorrido todos los géneros, números y personas que existen en esta profesión (hoy hasta con título universitario) y nunca había sentido tal pesimismo, al grado que pienso que las palabras de mi amigo comienzan a tomar la forma de una verdad palmaria.
Me decía aquél: ¿tiene algún caso que ustedes los periodistas estén señalando a diestra y siniestra que el presidente parece encaminar a México a un desastre con su negativa a aceptar las advertencias de expertos en economía, por ejemplo, de que el país no puede crecer al ritmo que la voluntariosa persistencia presidencial insiste en ofrecer si sigue negando lo que otros ven? Decir que todos son corruptos, neoliberales, capitalistas empecinados en solo ganar a costa del pueblo y que, ante los números contundentes, la única respuesta sea: “Yo tengo otros distintos”. Calificar a Gurría como “el ángel de la dependencia” y con ello desdeñar los señalamientos de la OCDE no cambia la realidad.
Pero ustedes los periodistas, me decía el amigo, y hasta eso no todos, porque hay muchos (por ejemplo los asiduos a las mañaneras donde pontifica, predica, bautiza, exorciza y lanza admoniciones parecen dóciles cajas de resonancia) que ya parece que se hicieron al molde de la 4T y no son capaces de interrumpir las largas peroratas (¡cómo me recuerda a Castro y Chávez!) ni se avientan a hacerle alguna pregunta siquiera con leve matiz de duda. ¿Tienen miedo a la furibunda réplica de sus huestes? ¿Ya se hicieron también pueblo bueno? Yo los admiro, pero siento que cada vez más van cayendo o en el pasmo o en la modorra o... en el miedo.
Espero, concluyó mi fraterno, que algún día recuerden que, como dice algún manual de periodismo, son ustedes como el moscardón que siempre está zumbando cerca del oído y no dejen de lado su función de críticos, que sigan siendo más amigos de la verdad que de Platón.
Mi amigo me dejó deprimido.