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Voy a decir una verdad de esas que postula mi maestro Perogrullo (1) –cuyo incierto origen no impide que sea uno de los más citados e imitados personajes y que es lejano ancestro de nuestro Filósofo de Güémez-: el hombre es un ser migrante. Desde que nos bajamos de los árboles (es un decir) hasta hoy, hemos caminado de ida y vuelta sobre la faz de la tierra, trasladándonos de un territorio a otro y siempre con el afán de mejorar nuestras condiciones de vida.

Si miramos un poco nuestra historia personal, nos daremos cuenta de inmediato que esa es una verdad tautológica –de esas tan evidentes que no necesitan comprobación-: migramos de una ciudad a otra, de una colonia a otra dentro de las ciudades, de un estado a otro dentro de los países, de un país a otro dentro de los continentes y así nos hemos pasado la existencia. Ni el miedo a lo desconocido nos detiene en este transitar perenne y de hecho los afanes de conquista del espacio sideral son nada más una manifestación de ese afán humano de caminar sobre la historia sin ningún valladar que nos pare.

Las fronteras –una decisión política basada en el miedo a lo que llega de afuera- nunca han servido para detener los flujos migratorios, como ya se ha comprobado hasta la saciedad y ahora dramáticamente queda demostrado con las oleadas de africanos que irrumpen por mar y tierra en países europeos y con la presencia imparable de hombres, mujeres y niños de Centroamérica, islas caribeñas y hasta otras lejanas latitudes a las puertas de Estados Unidos, a donde llegan en mareas desde la porosa frontera de México con el sur del continente.

Ningún muro o barrera, ni el más poderoso ejército pueden contra esa innata condición de ser migrante que esta entrañada en la vida no solo de los humanos sino de todas las especies, de modo que el uso de la fuerza nomás producirá desgracias y ninguna solución. Las aduanas, los pasaportes (2) y las patrullas fronterizas son entelequias inútiles ante lo que está en la condición humana desde que los hombres éramos recolectores.

¿Por qué esto no le entra en la cabeza al chel que despacha en Washington?

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1) Pedro Grillo, uno de los nombres del maestro de muchos de nosotros, parece ser que fue un personaje que vivió en algún momento del siglo XIV en Cantabria, España, y que escribió un libro titulado Profecías en el cual vaticinaba por ejemplo: “El 1 de enero será el primer día del año y amanecerá al alba”.

2) Los pasaportes surgieron, como los conocemos ahora, apenas en el siglo XX, tras la Primera Guerra Mundial. Hubo un intento en Francia -que luego imitaron otros países europeos- durante el reinado de Luis XVI (de 1715 a 1774) de establecer los passe port, los cuales fueron abolidos en Francia en 1861 y en toda Europa en 1914 porque el auge de los viajes en ferrocarril los hicieron inútiles al colapsar los controles fronterizos.

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