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Uno de los sucesos de mayor fuste en la historia de la educación en Yucatán fue la creación del Instituto Literario del Estado, mediante decreto del 18 de julio de 1867, dado por el gobernador de Yucatán general Manuel Cepeda Peraza, “paladín de la república, bizarro soldado, mano fuerte, tesón y sacrificio”, dice de él el licenciado José Inés Novelo, él también bizarro patriota (aunque desde el otro extremo, el de la política y la educación), en el prólogo a Sonetos y poemas de catorce versos, ediciones del autor, 1949).

Ayer se cumplieron 157 años de la efeméride, cuya recordación se nos hizo en estas páginas de Novedades Yucatán (Historia en cápsulas, página 3), que pasó totalmente inadvertida por las autoridades tanto de la Universidad Autónoma de Yucatán, heredera y beneficiaria directa del Instituto, igual que la Normal de Profesores “Rodolfo Menéndez de la Peña”, como de las de la Secretaría de Educación del Estado.

Vale la pena, sin embargo, sacudir un poco el polvo que el olvido ha acumulado sobre esa institución que prestó importantes –señalados, dirían los antiguos- servicios a Yucatán. Para ello, nos valdremos tanto del prólogo ya mencionado del vallisoletano más importante en la primera mitad del siglo XX, por su militancia intelectual y comprometida en el maderismo y la Revolución (su único pecado quizá sería haber sido carrancista) y por su calidad como poeta, pedagogo e historiador, y de la Enciclopedia Yucatán en el tiempo (Volumen III).

En ésta se dice que el decreto se publicó en el periódico La razón del pueblo, y que el instituto comenzó a funcionar el 15 de agosto de 1867 en el edificio que ocuparon “el Colegio de San Pedro, la Universidad Pontificia y otras instituciones religiosas en tiempos de la colonia y que hoy alberga a la Universidad Autónoma de Yucatán” (es el predio ubicado en la calle 60 con 57 que está en vías de ser desalojado por la rectoría y otras dependencias y en el que –si los planes se concretan algún día- estará el Centro Cultural Universitario que tendría como “ancla” una librería del Fondo de Cultura Económica).

El primer director del plantel fue Olegario Molina Solís, designado por el gobernador; le siguió Gabriel Aznar Pérez, luego regresó Molina Solís, y entre otros también lo dirigieron Adolfo Cisneros Cámara, Agustín Vadillo Cicero y José Inés Novelo, éste de 1902 a 1910. Fue “honrosamente” cesado por el gobernador Muñoz Aristegui a causa de que permitió que el maderista Jesús Urueta hablara con los alumnos que tras su discurso lo sacaron a hombros. Muñoz conminó a Urueta a abandonar el estado y cesó a Novelo, quien viajó a la Ciudad de México donde inició su brillante carrera política que le valió exilio y cárcel. Su cese dio paso a la primera huelga estudiantil en la república, según dice él mismo.

El Instituto Literario fue sede de las carreras de Filosofía, Jurisprudencia, Medicina, Normal y hasta de preparatoria y primaria “inferior y superior”. Se extinguió el 15 de febrero de 1922, para dar paso a la Universidad Nacional del Sureste.

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