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Solo quien ha tenido cerca de sí a una de esas maravillosas personas con el síndrome de Asperger puede entender el discurso, pero sobre todo la actitud de Greta Thumberg ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en especial su gesto de desagrado y enojo ante la llegada de Donald Trump al foro donde se discutía el problema del cambio climático.

La cara de la joven sueca, de 16 años, al ver pasar a escasos metros al presidente norteamericano es más elocuente que cualquier discurso, resume todo el enojo de millones de jóvenes ante la insensibilidad de los gobernantes frente a los daños que le causan al planeta principalmente dos grandes ausentes de la Cumbre: Estados Unidos (Trump no dijo nada, más que un sarcástico tuit dirigido a Greta) y China. Quienes tienen Asperger difícilmente caben en el mundo “normal” porque no saben disimular ni asumen las categorías que la “educación” postula. Son claros y directos.

Como clara y directa fue la adolescente ante los 60 dirigentes mundiales (entre los cuales tampoco estuvo AMLO), cuando les dijo: “Me han robado mis sueños y mi infancia con sus palabras vacías”… Y con su pregunta contundente: “¿Cómo se atreven a seguir mirando a otro lado y venir aquí a decir que están haciendo lo suficiente?” (tomado de BBC.com).

Trump y su colega francés Emmanuel Macron dieron una triste demostración de ignorancia al calificar como lo hicieron el discurso de Greta (del primero ya se sabe que no es precisamente un dechado de cultura). Mostraron que no tienen ni la más remota idea de qué es el síndrome de Asperger ni el porqué de la conducta de quienes tienen esa condición (no la padecen porque no es un padecimiento y menos una enfermedad o discapacidad).

Si conocieran aunque sea un poco a alguna persona que tuviera esa condición sabrían que son seres altamente sensibles, de mente brillante (algunos llegan a la categoría de genios), con una inteligencia poderosamente estructurada, una capacidad casi ilimitada de comprender ideas abstractas y que lo único que a algunos les sucede es que no pueden entender el doble lenguaje (eso quizá más bien sea una virtud) ni la hipocresía social. Por eso Greta habló como lo hizo en la ONU, para ella decir lo que piensa y como lo piensa es lo más natural.

Y harían bien los líderes mundiales en tomar en serio su advertencia: “Los estaremos vigilando”, porque ya lo están haciendo cuatro millones de jóvenes en el mundo, convocados por el ejemplo de esta niña de larga cabellera y mirada clara. Saben esos jóvenes que el futuro de la humanidad (de ellos y los que les siguen) depende no de lo que hagan los gobiernos, sino de lo que sean capaces ellos mismos de construir con sus demandas y con su trabajo. A ellos en un cambio de conducta universal les va la vida.

La claridad con que habla Greta es una llamada de atención. Ya no hay gran margen de maniobra. Mejor le hacemos caso.

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