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-Uno… dos… tres… -dijeron como un susurro los cuatro músicos justo antes de comenzar las primeras notas de aquel histórico concierto. Corría una húmeda noche de sábado, cuando poco después de las 9 p.m., el cuarteto de jazz conformado por Blair Latham en los saxofones y el clarinete, Oscar Terán en el bajo, Francisco Barrera en la batería y Armando Martín en la guitarra eléctrica inició el recital programado en Unas Letras Industria Cultural aquel 17 de diciembre de 2005 en la esquina de la calle 56 con 53 del centro histérico de Mérida.

Era el tercer concierto de jazz programado en dicho local, que por aquel entonces realizaba tocadas alternativas en el espacio destinado a las más variadas manifestaciones artísticas, pero siempre teniendo como eje central a la fiesta conjurada en torno a la música. Una improvisada barra servía cervezas a pesar de que el sitio no contaba aún con licencia. Como en los primeros años de la prohibición del siglo XX norteamericano, el aura que rodeaba Unas Letras era el de la frontera entre la legalidad y lo necesario: una escena de jazz incipiente en la ciudad donde solía reinar la trova y ahora solo imperaba el silencio y el aburrimiento. Era inaudito, tal vez prohibido: en resumen, era maravilloso…

Pronto se fue corriendo la voz de que existía tal bar. Y el puñado de gente paulatinamente fue reemplazado por grupos de personas que acudían a conocer el nuevo sitio, pero sin que esto llegara a conformarse como un público masivo. Éramos pocos, pero entusiastas. Dos o tres años después el éxito ya era notorio, al grado de que un empresario extranjero rentó el lugar y lo convirtió en un sitio al amparo de todos los permisos obligatorios, con un letrero de luces de neón que indicaba en una tipografía estilizada lo siguiente: Jazz Inn.

Y muchos de los músicos que habían iniciado tocando ahí repetían sus intervenciones en una cartelera que, de tan cíclica, fue perdiendo novedad. Además, no todos los músicos de jazz tocaban, solo aquellos más comerciales, más agradables al escucha que acudía a cenar o a tomar una copa con su conquista en turno. Se extrañaba la curaduría del melómano Gerardo Alejos y el buen gusto de Eugenia Montalván, los artífices de aquellos primeros conciertos underground.

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