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Después de la apertura del Jazz Inn pasaron dos o tres años hasta que terminó por cerrar. El negocio no había funcionado del todo, pues fue cayendo en el olvido. Otros bares fueron abriendo en las inmediaciones del centro, pero esta vez en la calle 58. Pompidou se convirtió en el nuevo sitio concurrido para los que pululábamos en busca de fiestas interminables y aventuras nocturnas. Su vocación también era de otro giro: música electrónica, bandas de rock, funk y dj´s se disputaban el protagonismo de poner a bailar a la juventud yucateca de los dos miles. Esos a los que hoy en día nos han endilgado el mote de “millennials”.

Como suele ocurrir en estos casos, el sitio de moda empezó a atraer a público que por años no pisaba el centro de Mérida, pues la zona de bares y antros se concentraba en el norte de la ciudad. Ya se comenzaba a prefigurar el retorno de los meridanos a la cuadrícula de los primeros barrios, aunado a un boom inmobiliario que fue ocupando predios que por décadas estuvieron en el total abandono por las viejas familias.
Irónicamente, en la actualidad muchos de esos advenedizos que aprovecharon y lucraron con esa “burbuja” de especulación en cuanto a bienes raíces son los que pugnan por volver a los tiempos del marasmo e inactividad económica que caracterizó a la década de los noventa.

Así fue como mi generación se convirtió en protagonista de la reapropiación de los espacios centrales en busca no sólo de diversión, sino de la amplia oferta de actividades artísticas en el primer cuadro de la ciudad. Para algunos yucatecos, lo que había que hacer el fin de semana estaba fuera de discusión: acudir al centro a una obra de teatro o concierto terminaba indefectiblemente en ir a cenar y a tomar una copa en alguno de esos bares que, al fin, ofrecían una identidad y un sitio para los que no nos parábamos en los lugares turísticos habituales.

Todo lo anterior había desembocado en la conformación de lo inevitable: el epicentro de la ciudad había vuelto al origen, el viaje a la semilla se había completado. La inauguración de “La mezca” en julio del 2012, en el viejo local de Unas Letras en la 56, ya era una realidad. Pocos habríamos de imaginar que más allá de la expectativa, este evento habría de constituir la apoteosis de la revitalización de nuestro centro histórico.

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