|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Se toparon en una librería de viejo. Él, algo madurito ya, y ella, con 18 años. Se mesaba las barbas mientras observaba a esa güerita cachetona, nalgoncita la condenada.
Joven, sin duda alguna, demasiado alta y desarrollada para su edad.

Además, ojeaba “Travesuras de la niña mala”. “Mario Vargas Llosa”, pensó. “Nada mal para su edad, ¿será de esas ninfetas que abundan hoy en día?”.

Pronto se fue acercando y entabló conversación con ella. En su tiempo él también había leído a Vargas Llosa, aunque no esa novela. Así que fingió maravillarse con la reseña que ella le estaba dando, pues era su libro favorito. La chamaca era toda sonrisas y coquetería, lo miraba fijamente a los ojos y pestañeaba profusamente mientras divagaba sobre sus incipientes gustos literarios.

Él, con toda seriedad, le repasó el talle y las piernas sin dejar de prestar atención. En su tiempo no se hubiera conformado, solía salir con chicas mucho más guapas, pero el caballero bien sabía que no es lo mismo “Los tres mosqueteros” que “20 años después”.

Afuera de la librería la invitó a tomar un café. Ella se excusó argumentando que la esperaban para cenar en casa, no sin antes acordar que lo vería ahí mismo un par de días después, en la sección de literatura latinoamericana. Resignado, no le quedó más remedio que aceptar. Viéndolo bien mirado, una cita es una cita, y no todos los días una jovencita asevera estar interesada en seguir charlando.

Ella se despidió con un beso. Se sostuvo sobre la punta de los pies y se lo estampó justo entre la comisura de los labios y la mejilla, revelando una boca húmeda que se desbordaba con el aliento fresco de la juventud.

Pasó los dos días emocionado como un colegial. Fue al barbero, se hizo un corte de cabello a la moda y se arregló la barba, con la esperanza de quitarse unos años de encima. Era hora de que el viejo Casanova se jugara la vida a las cartas una vez más.

Acudió puntual a la cita.

Rondaba la sección acordada, mirando sin mirar los títulos sin dejar de otear por encima del anaquel. Asturias, Carpentier, Artl, Cardenal, Cortázar, García Márquez, Fuentes... todos eran grandes nombres, pero sin significado alguno en ese momento de zozobra. ¿Dónde estaba la pícara de sus fervores? ¿Dónde estaría la rolliza lectora del insufrible peruano?

Pasaron los minutos, pero aquella nena nunca llegó. Pronto se aburrió de revisar los libros de sus primeros escarceos y continuó recorriendo otras secciones del lugar.

Finalmente se resignó, al tiempo que con toda la sabiduría que en su momento le había fallado reflexionó: “Después de todo, ¿qué son los pasillos de una librería sino cuartos para gente sola...?”.

Lo más leído

skeleton





skeleton