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Últimamente he leído que algunos académicos propugnan porque en la cultura exista más análisis y menos crítica, sin importar la manifestación artística. El planteamiento genera cierta confusión en el receptor, sobre todo al percatarnos de que no es más que un falso debate o falso dilema, al tratarse de una falacia lógica que enfrenta dos puntos de vista en apariencia extremos sin considerar otras aristas posibles.

Mientras que el análisis y la teoría son propios de los estudios académicos, la crítica periodística se encuentra más emparentada con la percepción subjetiva y el consumo cultural de masas. Es decir, el gran público percibe una obra de arte de una manera más cercana a la del reseñista o comentarista, motivo por el cual la crítica periodística sigue siendo un objeto de consumo de los posibles lectores.

Los académicos, por otro lado, aunque consideran a la crítica como demodé o anacrónica, olvidan que la función principal de un periodista cultural o que cultiva los géneros de opinión es servir como filtro de interpretación entre lo que el creador quiso decir y la manera en que este discurso es leído o recibido por el ciudadano de a pie, que no necesariamente debe ser experto en el tema en cuestión, pues para ello cuenta con la crítica.

La crítica, a diferencia del análisis teórico que parte de una metodología científica, sirve como puente entre el emisor y el receptor, traduciendo e interpretando a partir de su propia subjetividad cualquier producto cultural.

El análisis se preocupa por la sistematización de dicha interpretación apoyada en distintas corrientes teóricas, mismas que validan el proceso de una investigación académica cuyo objetivo final no es el espectador común, sino esa malentendida y a veces denostada comunidad académica, a menudo tan alejada de los intereses del amplio rango de receptores que lo único que buscan es un criterio de apreciación bajo el cualquier guiarse para formarse una opinión.

Este distanciamiento obedece a esa falsa dicotomía planteada por tantos investigadores, en la cual una categoría es superior a la otra para entender los diversos productos culturales, cuando en realidad se complementan, pues la crítica cumple con la función de emitir los juicios de valor necesarios para divulgar y orientar en torno a una expresión artística, mientras que el análisis proporciona argumentos fragmentarios -a veces rayanos en lo quisquilloso- que desembocan en una visión integral de un fenómeno cultural, aunque no siempre.

Ambas posturas forman parte de una variada forma de percibir el mundo, pero no son las únicas. Enfrentarlas no solo es un error, sino una práctica que poco contribuye al entendimiento de una obra de arte. Por ello la crítica, aunque escasa y frecuentemente polémica o equivocada, continúa resultando fundamental para abordar la inmediatez que exige la vorágine contemporánea, enfrentándose a la complicada labor de estar a la vanguardia creadora, al contrario de la academia, que con su especificidad llega a abonar sobre temas tan manidos que ya solo competen a unos cuantos.

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