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Se agradece cuando al abrir las páginas de un libro como “Te diría que fuéramos al río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto”, instantáneamente se borren las distancias y los muros extraliterarios, pues no hay mejor vehículo que la palabra para explorar otras geografías de la abstracción estética. Uno se congratula todavía más cuando dicho libro no contiene un lenguaje barroco, farragosas rimas o intricadas métricas, sino una escritura diáfana que se lee trotando de principio a fin, siempre a caballo entre el verso libre y la prosa poética. A través de estos vehículos, Jorge Humberto Chávez nos conduce por el freeway que cruza las cuatro partes de las que se compone su poemario.

En la primera sección titulada “Crónicas”, asistimos al acontecer cotidiano de la vida en esa zona de tránsito que es la frontera, en este caso, Ciudad Juárez. Pero también a la cronología personal y existencial del poeta como testigo de los avatares políticos, los cambios en el mundo o los hitos de una autobiografía que lo mismo habla de la violencia y el karma de vivir en el norte, que del atentado a las Torres Gemelas o la pérdida de su padre.

Asimismo, su formación como filósofo se percibe ante las referencias a la cultura grecolatina, no es de extrañar entonces que Ovidio, Heráclito o el personaje Cadmo deambulen como fantasmas entre las páginas, mismas que refieren tópicos tan variados como la pérdida, la familia, la violencia y la corrupción de la gente, todo en el marco de la urbe, de esas ciudades que a todos nos habitan. A pesar de la crudeza temática, con gran acierto Chávez elude el comentario o la crítica social explícita, ya que éstos no son textos panfletarios, pues tienen el afán de subvertir lo trágico y transmutarlo en belleza, aunque ésta provenga de lo grotesco de un país donde decir que hay ríos secos de sangre no es metáfora alguna.

Mención aparte en esta sección lo tiene “Tríptico de Austin”, tres poemas que se desarrollan en dicha ciudad texana y que reflexionan sobre la condición de ser migrante, sobre la vida del otro lado de la frontera, todo con cierto halo de melancolía producto del clima invernal y la cercanía del fin de año. En “Fotogramas”, la segunda sección del libro, damos un salto temático para sumergirnos de lleno en el itinerario íntimo del autor, donde da cuenta de sus afinidades electivas, filiaciones familiares y preferencias artísticas.

Este vitalismo anticipa la siguiente parte, “Poemas desde la autopista”, en la cual se evocan ricas imágenes poéticas vistas a través del parabrisas de un auto. Finalmente, aparcamos en “Dagas”, la última sección y la que tiene los versos más cercanos a la índole amorosa. Las relaciones interpersonales, el imaginario femenino y las emociones expuestas pueblan los versos que, afilados, desuellan la piel del poeta para revelarnos su incesante búsqueda de la luz, aun entre las tinieblas de la ineludible mortalidad que nos acecha a cada paso, consciente como pocos de que el poeta existe para alumbrarnos, y de que sin poesía en el mundo no tenemos faro ni asidero alguno.

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