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El público de una manera casi general rechaza el arte contemporáneo y, lo que es más, pretende negarle precisamente su condición de arte.- Juan García Ponce

Desde la “Poética” de Aristóteles, pasando por los impresionistas de Louis Leroy y los cubistas de Guillaume Apollinaire, el crítico ha sido fundamental para definir, ordenar y conceptualizar con las palabras aquello que los artistas solo alcanzan a plasmar mediante el arte. Sin su mirada cómplice y su crítica estética, muchos movimientos artísticos no hubieran existido sino como explosiones de creatividad aislada.

Después de todo, en el crítico solía recaer la tarea de analizar y teorizar en torno a las vanguardias en el arte, al menos hasta principios del Siglo XX y previo a Marcel Duchamp y los dadaístas que darían lugar al arte posmoderno como lo conocemos hoy en día, cuando los artistas se convirtieron en sus propios críticos a la hora de conformar postulados que explicaran y describieran sus medios de expresión.

En este sentido, el movimiento de “La ruptura” tuvo en Juan García Ponce a su director espiritual, pues éste, en calidad de amigo y crítico oficial, fue fundamental a la hora de contribuir a su visibilización y posterior aglutinamiento como la generación de artistas que habría de protagonizar la vanguardia del arte mexicano de los años sesenta. Sin él, hubiera sido casi imposible encontrar un núcleo que los cohesionara -salvo el histórico-, ya que como él mismo dice en “Nueve pintores mexicanos” (Era, 1968):

“Mi libro es un libro voluntariamente fragmentario, en el que cada artista es visto como una isla unida a las demás solo por la corriente común del mar de la pintura en el que existe. Mediante este sistema espero que sus obras aparezcan en toda su pureza como lo que son: afirmaciones individuales”.

La importancia social del artista ha llegado a ser un aspecto central en la obra de escritores que García Ponce leyó: Thomas Mann, Hermann Hesse, Hermann Broch, Dylan Thomas y James Joyce, quienes enaltecen su figura basándose en una hipotética condición de símbolo del hombre como protagonista de su mundo y ante sus semejantes. Por ello, no es de extrañar que la definición pergeñada por el escritor mexicano sea la del artista como un sujeto que de alguna forma no está satisfecho consigo mismo ni con el mundo, prefigurando el mito ya clásico del artista en pugna con la realidad circundante.

En los trabajos de Juan García Ponce, el artista está representado con características propias de las vanguardias artísticas: la pretensión de estar adelantado a su propia época, la ambición de ser un profeta que vé más allá de lo evidente y que con sus obras arroja luz a un mundo donde todos somos tuertos y ciegos. Asimismo, el artista está desprovisto de conceptos y definiciones absolutas, pues confía únicamente en su fuego interior para crear sus cuadros, ya que es un adalid cuasi mitológico, una especie de Hermes mensajero que porta la esencia misma de la realidad y la visión del destino próximo de la humanidad. Lo mismo que el crítico, el artista subvierte, pervierte y transmuta su mundo en brochazos o en palabras.

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