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La madre Teresa de Calcuta decía que el obstáculo más grande para ser feliz, era el miedo. Y cuánta razón tenía. El miedo frena nuestra felicidad, y puede destruir al hombre más sosegado, si no sabe controlarlo. Hoy sería bueno preguntarnos ¿a qué le tenemos miedo para ser felices?.

Yo le tenía miedo a estar solo, hasta que aprendí a quererme a mí mismo. He entendido que lo que temí no era a la soledad, sino a mi exceso de egoísmo. Estoy aprendiendo cada día a amarme, a valorarme y a respetarme. Muchas veces tenía miedo a fracasar, y esa idea me atormentaba, hasta que me di cuenta que el único fracaso, es si no lo intento. He quitado de mi diccionario la palabra fracaso, y he puesto experiencia. Eso me ayuda a intentar, a perseverar y a triunfar.

Yo temía mucho miedo a lo que la gente opinara de mí, hasta que me di cuenta que de todos modos van a opinar de mí. He entendido que no soy monedita de oro, y comprendido que no soy mejor porque me alaben o peor porque me critiquen. Por muchos años sentí miedo a que la gente me rechazara, hasta que entendí que debía tener fe en mí mismo y en Dios. Ya no le temo a la competencia, ahora le temo a mi incompetencia.

Te lo digo como médico: yo le temía mucho miedo al dolor, hasta que aprendí que éste es necesario para crecer. Porque el dolor es un buen maestro, nos enseña y nos muestra el camino para llegar pronto con Dios. No hay que tenerle miedo al dolor, porque el dolor purifica, fortalece y sana. Bien decía monseñor Bogo: “Los hombres que no han padecido ningún dolor, son iglesias sin bendecir”.

Cuando estudié la carrera de medicina, le temía mucho a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras. He aprendido que nadie tiene la verdad absoluta, solo Dios. Y he entendido que nunca hay que mentir, y sí tratar de ser congruente con lo que se piensa, se dice y se hace.

Por muchos años le tuve miedo a la muerte, hasta que aprendí que la muerte no es el final, sino más bien el comienzo. El comienzo de una nueva vida más plena de amor y felicidad; cuando entiendes que Dios te espera con los brazos abiertos. Bien decía el sacerdote español José Luis Martín Descalzo: “Morir no solo es morir. Morir se acaba. Morir es cruzar una puerta a la deriva, y encontrar lo que tanto se buscaba”.

Al pasar el tiempo y crecer, le tenía miedo al odio, hasta que me di cuenta que el odio no es otra cosa más que ignorancia. Porque el odio envenena al corazón, y el perdón sana el alma. Hay que perdonar para que se nos perdone y olvidar para que se nos olvide.

Muchos miedos me esclavizaban y me quitaban la felicidad. El miedo al ridículo lo perdí cuando aprendí a reírme de mí mismo, que es la mejor filosofía. El miedo en hacerme viejo lo he ido perdiendo poco a poco, al comprender que he ganado sabiduría día a día.

Bien decía Séneca: “El hombre empieza a envejecer cuando deja de ser educable. No dejes que se meta un viejo dentro de tu cuerpo”.

Yo le temía miedo al pasado, hasta que comprendí que no podía herirme más. Porque el pasado es de los muertos y el futuro es de Dios, solo tenemos el hoy y el ahora, para ser felices.

De pequeño le temía a la oscuridad, hasta que vi la belleza de la luz de una estrella. Luego de adulto le temía al cambio, hasta que vi que aun la mariposa más hermosa necesitaba pasar por una metamorfosis antes de volar.

Por eso ahora trato de ser feliz y no tener miedo. Y todos los días trato de escuchar la voz de Teresa de Calcuta cuando me dice: “El obstáculo más grande, es el miedo. El día más bello, hoy. Lo más maravilloso, el amor. El mayor conocimiento, Dios”.

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