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¿Cuándo fue aquel día que aprendimos mal, que si no corríamos llegaríamos tarde? Y se nos metió para siempre la prisa en el cuerpo y olvidamos disfrutar del camino. Y lo triste es que dejamos olvidada la niñez, la cual estaba esperándonos en cada árbol, en cada juguete, en cada momento que dejamos pasar.

Ese día nos hicieron entender que jugar era una pérdida de tiempo. Y fue cuando alguien dijo que éramos demasiado bajos para ser astronautas, o que hacíamos demasiadas faltas de ortografía para ser escritores. Cuándo fue aquel día en que nos dijeron que lo más importante era trabajar en algo serio que nos dé dinero y estabilidad.

Cuándo fue aquel día en que asumimos resignados, que era importante que dedicáramos esa gran y valiosa parte de nuestra vida, llamada infancia y juventud, en crearnos un supuesto futuro mejor. Y dejamos la calle y el parque, y lo importante fueron los exámenes, los deberes, el estudio o el trabajo. Y fuimos encausados a seguir el mismo camino que diseñaron para todos nosotros nuestros padres y las personas mayores. Ellos lograron injertarnos que estudiar era más importante que jugar y disfrutar; que ser serios y responsables era lo único que valía la pena en nuestra vida.

Así fue como nos fuimos convenciendo de que los sueños solo se cumplen en la cama dormidos o en las películas. Fue cuando nos cortaron las alas de la felicidad, que eran nuestras ilusiones.

Si te miras a los ojos, en las fotos que te has tomado en el transcurso de tu vida, podrás ver si ya has dejado para siempre en un cajón olvidado los juegos, las ilusiones y los sueños de aquel niño que se quedó en el olvido.

Es triste pero real: “el mundo adulto está enfermo de desesperanza”. Necesitan otra vez oír sus voces de la infancia, y de nuevo volver a escuchar su corazón. Es necesario que sigamos en contacto con nuestro prójimo. Volver, a medida en que crecemos, a tener aquello que nos haga brillar los ojos, con lo que nos dé ganas de saltar, o de cantar sin motivo. Tenemos el derecho de volver a vivir con la ilusión que nos pertenecía, que era nuestra por naturaleza, y que el mundo nos la fue quitando a medida que fuimos creciendo.

¡Sí!, las alas de la felicidad son las ilusiones, que muchas veces dejamos olvidadas en el recuerdo, y las vemos como sueños de un pasado que ya nunca volverá. Retomemos nuestros sueños, volvamos a vivir con ilusiones, y no desertemos del ideal de volver a vivir con la esperanza. Es una buena fórmula para disfrutar el hoy y el ahora.

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