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Hace unos días hablamos sobre los caminos del mal y cómo se manifestaban en escritores que decidieron romper con las normas sociales de su época para construir una visión única del mundo; entendiendo el mal como una desviación de una concepción moral, no en el sentido religioso del término, en donde destacaron personajes como el Marqués de Sade, Edgar Allan Poe y el Conde de Lautréamont.

Así como el Marqués rompió la cortina tras la cual se ocultaban los vicios de los libertinos, las desviaciones sexuales y la entrega al placer dentro de una sociedad enmarcada en rígidos conceptos morales (al menos fuera de la alcoba), tenemos al poeta maldito de Montevideo Isidore Ducasse, mejor conocido como el Conde de Lautréamont (1846-1870), combatiendo los prejuicios de su época para acceder al circuito editorial y difundir su obra, cuyo proceso de censura derivó del miedo a presentar un texto que desnuda nuestra inclinación hacia la violencia.

El autor de Los Cantos de Maldoror tenía una idea fija de la relación entre el hombre y la perversidad, en la belleza del mal y nuestro miedo a apreciarla. Cobijado bajo esa proposición estética, Isidore ataca con uñas y dientes el ideal de belleza en el arte, poniendo el acento en su lado salvaje y cruel, como el mismo dice en un fragmento del libro: “Bello como la retractilidad de las garras en las aves de rapiña”. Algunos biógrafos atribuyen esta visión brutal a su circunstancia histórica, primero su nacimiento en Uruguay, pasando su niñez en la guerra civil, así como su juventud en París poco antes del inicio de la guerra con Prusia, en ambas ciudades la muerte, el hambre y la ruina eran parte de su escenario cotidiano.

La obra del poeta está influenciada por la novela gótica, construye su mundo con personajes de pasiones violentas y pensamientos salvajes, convencido de la crueldad de los hombres y sus dioses. Aunque esta postura le cerró la puerta de las editoriales de prestigio, logró encontrar al editor Auguste Poulet-Malassis (quien con la publicación de Las Flores del Mal de Charles Baudelaire obtuvo experiencia en esquivar la censura del Gobierno) y un camino para llegar a las librerías. Inicialmente sería publicado en Suiza, sin embargo el impresor Albert Lacroix se negó a entregar los ejemplares por temor a que el contenido lleve a todos ellos a juicio por faltas a la moral, cediendo únicamente una veintena de libros a solicitud del autor para entregar al mismo número de críticos literarios.

Pese a que la carrera literaria de Lautréamont implicó varios replanteamientos de sus postulados estéticos, debido al férreo control que tenían las editoriales sobre el contenido de las obras (ya que los procesos judiciales por faltas a la moral podían llevarlos a la quiebra), Los Cantos lograron ver la luz 20 años después de su primer intento de publicación, demostrando que la calidad de una obra rara vez es apreciada en su momento histórico.

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