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Soy una contradicción andante. Constantemente voy descubriendo cómo existen diferentes facetas de mi personalidad que se contraponen, ¿caótico?, tal vez. Pero divertido, siempre. Puedo ser al mismo tiempo el más meloso y el más sarcástico. Soy muy sociable para algunas cosas y al mismo tiempo huraño absoluto para otras. He descubierto ahora una nueva contradicción; resulta que me gusta planear las cosas; hago listas, tengo muy claro todo lo que voy a hacer los próximos 3 días. Pienso en los detalles, calculo los tiempos y en general cuando no lo logro me siento como pollo sin cabeza. Al mismo tiempo, me chocan los planes a largo plazo. Me cuesta comprometerme con el lejano futuro -¡no me invites desde ahora a una posada!-. Le huyo a ese tipo de compromisos.

Hace unos años, trabajé para una bonita institución en la que para estas fechas del año, nos tomábamos un par de días fuera de la oficina para encerrarnos sin distracciones a construir un plan anual. Un acumulado de buenas intenciones fundadas en la coincidencia aleatoria de factores externos alineados al exitoso resultado que deseábamos. Digamos que al final del año acumulábamos nuevas cicatrices por los descalabros resultantes de partes de nuestro plan. No era exclusivo de nosotros. Muchas empresas, gobiernos, organizaciones de todos los tamaños, han sufrido históricamente para ejecutar planes de largo plazo que son por definición falibles y, sin embargo, eran la mejor forma en la que sabíamos construir a futuro.

Estamos por cumplir dos años viviendo bajo una realidad distinta. El juego tiene nuevas reglas y ha generado un cambio en nuestra manera de comportarnos, de entender cómo planeamos nuestras vidas. Esto es lo que he aprendido de la pandemia: no se puede planear nada. Escasean las certezas.

Ahora trabajo de manera independiente, platico con mis clientes de un plan de trabajo para el año que comienza, garantizándoles que no se cumplirá de la manera en la que está plasmado, que habrá que ir ajustando sobre la marcha y que al final incluso, no se parezca a lo que ahora estamos imaginando.

Hace un par de meses una amiga y yo compramos boletos para irnos de viaje. Mismas fechas, cada quien su viaje, con destinos distintos. Ahora solo intercambiamos memes para minimizar la angustia de que nuestros anhelos viajeros flotan en el limbo de la nueva realidad. Porque no sabemos qué es lo que pueda pasar en las próximas semanas.

Nos toca a todos darnos cuenta de que vamos para dos años y mucho de lo que pensamos sería un “mientras”, dejará de serlo para ser la nueva norma. Tal vez a todos nos sirva un poco esta nueva manera de vivir y de planear lo que hacemos con nuestras vidas, aprender a redirigir la ruta a medio viaje. Quizá logremos ser más receptivos al cambio, a moderar expectativas, a valorar lo que sea que tengamos hoy, en lugar de intercambiarlo por promesas de lo que podría ser en un futuro que no sabemos si sea real y predecible.

Bienvenidos a la época del nuevo plan anual, que nos exige soltar la necesidad de controlarlo todo, porque nada nos sirve de la misma manera en la que nos servía antes. El nuevo plan demanda ser flexible, impredecible, abierto, en permanente transformación. Cómo tú, como yo, como la vida misma.

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