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Después de la destrucción nuclear de Hiroshima y Nagasaki, la humanidad ha estado expectante sobre su futuro en el planeta. La proliferación de las armas atómicas como medios de exterminio masivo es realidad; quienes poseen arsenales nucleares son países con bíceps desarrollados. Las tecnologías hacen más real esta amenaza: un misil con carga nuclear puede cruzar un océano y provocar una conflagración, donde el eufemismo de daños colaterales quedaría pequeño y acotado.

Otra amenaza que se cierne en el imaginario apocalíptico de nuestra población es la colisión de algún meteorito, como el de Chicxulub, causante del fin de la cadena evolutiva de los enormes seres prehistóricos que poblaban la tierra hace millones de años, recreados en la fantasía de Jurassic Park. Sobre estas posibilidades de destrucción del Homo sapiens, la industria editorial y cinematográfica fincan un buen tema de venta con mejores ganancias, basadas en los temores ocultos de los seres humanos.

William Faulkner, en su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura en 1947, decía: “Me niego a aceptar el fin del hombre sobre la tierra… el hombre no perdurará sino que prevalecerá”; treinta y dos años después, en el mismo lugar, el gran Gabo, al recibir el mismo premio, advertía de un desastre colosal que “aniquilará la especie humana (y que) era ya toda una posibilidad científica”.

Lo sucedido es una paradoja, estábamos sentados en nuestros temores apocalípticos y tomando previsiones sin percatarnos de que la locura del ecocidio que construíamos se revertiría sobre nuestro futuro. El ataque de los virus no fue fortuito, estas moléculas avanzadas en su estructura proteínica acunan en su interior la clave de la vida y nos pelean el espacio para su evolución en los niveles de la materia. Son estas estructuras avanzadas las que amenazan el futuro de nuestra estirpe: la economía mundial en recesión, sistemas de salud colapsados, la movilidad restringida y aún cada día descubrimos formas de comportamiento que nos amenazan con espada finamente afilada.

Nuestra especie perdió la tolerancia y se embarcó en la suprema latría sobre la flora y la fauna, acosó la tierra sin pudor y discriminó el valor de todos los seres vivos que navegan en el planeta. La sobrepoblación, la inmensa cantidad de desechos en forma de basura y corporales son veneno puro para la madre tierra; la mala distribución de los recursos, la inequidad en las oportunidades de educación hoy se revierten. La utopía de la vida es cada vez más difusa. La naturaleza también factura en tiempo y forma, ya lo evidenciaba Darwin en su postulado: “Sólo sobreviven los más aptos y los más fuertes” y hoy no somos los mejores.

Nos olvidamos de la sustentabilidad, negamos la equidad; si no aprendemos estas lecciones pandémicas ya estaremos cargando el punto final de esta especie condenada al olvido.

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