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Al inicio del siglo pasado, cualquiera que recorriera el planeta identificaba en qué lugar del mundo se encontraba, la enorme diversidad de culturas en distintos lares permitía identificar casi sin equívocos en dónde nos hallábamos; la manera de vestir, el tipo de comidas, la arquitectura eran claramente distintas.

Cada pueblo ha aportado su grano de arena para construir la realidad de hoy; sin embargo, un imparable desarrollo tecnológico está acabando todos los días con estas diferencias. A través de todo el mundo, el proceso de globalización nos está moldeando a todos bajo los mismos parámetros.

Aún es posible conservar la diversidad que ha enriquecido a nuestra civilización, pueden surgir comunidades de maestros, historiadores, artistas, filósofos y mil más que aporten cada vez más al desarrollo del ser humano; en otras palabras, la nueva diversidad estará marcada no tanto por la raza o la geografía sino por la actividad y el interés.

Es necesario conservar la diversidad para evitar lo que sabiamente advertía Walter Lippmann: “Cuando todos piensan igual es porque ninguno está pensando”. Deberá estar dirigida por un objetivo: permitir cada vez más que el ser humano desarrolle sus potencialidades para su propio bien y el de quienes lo rodean; en caso contrario estaríamos abandonando una diversidad enriquecedora y navegaríamos hacia la promoción de la anarquía.

Nuestro mundo postmoderno tiene el error de llegar a creer que todo aquello que es diverso es bueno por el simple hecho de ser diferente y ese es un grave error; el peligro radica en acabar institucionalizando y aceptando como adecuadas conductas o situaciones que nos pueden llevar al despeñadero.

Aceptar en el nombre de la diversidad y la libertad cualquier conducta o forma de pensamiento que no contribuya a que el ser humano sea mejor es transitar un camino que puede llevar al declive de nuestra especie en lugar de contribuir a preservarla.

La diversidad debe permitir el surgimiento de mejores hombres y mujeres para este mundo; es imperante recordar, como señalaba Jean Cocteau, que “no se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría”.

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