Arquetipos femeninos en “Los recuerdos del porvenir”

Aída López: Arquetipos femeninos en “Los recuerdos del porvenir”.

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Hace sesenta años que Joaquín Mortiz publicó Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro, que le valió el Premio Xavier Villaurrutia de ese año, la novela no ha perdido vigencia por la atemporalidad del tema y el tratamiento literario que con gran pericia teje una historia donde no sólo se abordan dos momentos importantes para México como son la Revolución Mexicana y la Guerra Cristera, sino el abanico de roles y personalidades de mujeres que veladamente son las protagonistas en Ixtepec, un pueblo al sur del país creado desde la imaginación de la escritora.

Elena Garro atravesaba un momento personal difícil. En plena madurez, con una hija adulta y separada desde hacía unos años de su esposo Octavio Paz, escribió su primera novela que marcó un antes y un después en la literatura hispanoamericana, como el mismo Nobel reconoció. El universo fantástico construido con imágenes y metáforas reivindicó la escritura femenina considerada poco interesante y hasta cursi. La fortaleza de las mujeres de Ixtepec para manejar y manipular las situaciones, rompió los estereotipos de la época, por lo que ahora, sesenta años después, podrían parecer normales, pero si pensamos que la mujer tenía apenas una década de tener voz y voto electoral, entonces toma relevancia el arrojo de la escritora en un mundo literario masculino.

Pueblo chico, infierno grande, eso es Ixtepec, donde conviven las mujeres decentes y las cuscas, las queridas de los militares que sitian el pueblo, pero también la anciana sabia, la curandera, la esposa, la viuda, la hija de familia, la etérea e inalcanzable, pero todas creyentes de la fe católica cuando se reúnen en la iglesia para oír la santa palabra. Desde la mente de estas mujeres se gestan los deseos y las estrategias para derrotar a los militares, pues secretamente apoyan a los revolucionarios. El general Francisco Rosas puede mandar en el pueblo, pero no lo puede hacer en el corazón de Julia Andrade, la mujer que se robó y que se viste de rosa siempre para ahuyentar los malos pensamientos. Bella y vaporosa simboliza el amor que no se puede tener a la fuerza, causante de los árboles poblados de ahorcados cada vez que su amante la posee sin la pasión que espera de ella. Por otro lado, está Isabel Moncada, la hija de familia que, a falta de oportunidades, opta por ofrecerse al general cuando Julia se va, desafiando a la sociedad que la señala por traicionera, al amar al hombre que los asedia y que asesinó a sus hermanos, además de mancillar la religión que profesan al convertir la iglesia en su guarida, matar al sacristán y perseguir al cura.

Elena Garro quizá se proyectó en una de esas mujeres o un poco en todas, de alguna manera anticipó lo que estaba por venir para las mujeres del siglo XXI, cuando la revolución del género femenino es por eliminar la violencia en todas sus formas y manifestaciones. Lucha inacabada.

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