El fin de la trilogía

Héctor López Ceballos: El fin de la trilogía.

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Por fin fuimos testigos del último de la trilogía de debates más decepcionante del México moderno. No me mal entienda, no es que los debates anteriores hayan brillado por su profundidad, propuestas o nivel elevado de discusión, pero cuando menos eran ejercicios memorables que, con todo y su pobreza discursiva, brindaban algún entretenimiento a la audiencia que de una u otra manera podía definir el sentido de su voto.

Dudo mucho que alguno de los debates presidenciales de este proceso electoral haya modificado la intención del sufragio de alguna persona, o al menos de las suficientes para cambiar sustancialmente las tendencias o preferencias de cara a la jornada del dos de junio. Lo que sí sucedió en este tercer ejercicio, muy a pesar del penoso desempeño de las dos candidatas y el candidato, fue que se fijaron posturas que deberíamos analizar a detalle antes de emitir nuestro voto.

Por un lado, Claudia Sheinbaum fue muy clara al decir que la estrategia de seguridad continuará siendo la misma que ahora de ganar la Presidencia. No habrá cambios sustanciales, por lo que tampoco debemos esperar resultados distintos a los que tenemos a la vista. También se manifestó en contra de eliminar la prisión preventiva oficiosa, una medida cautelar ampliamente criticada y que está en contra de los derechos humanos; es decir, seguirá la lógica del populismo penal. Como era de esperarse, la República de los “otros datos” sugiere que (a lo Leibniz) estamos en el mejor México posible y que absolutamente nada se está haciendo mal. También sorprende que hable de la desaparición de los plurinominales o el mantenimiento de las Fuerzas Armadas en las calles, dos cosas ideológicamente incompatibles con una izquierda que durante décadas luchó por la representación proporcional gracias a la que hoy está en el poder, y que por definición debería, también, estar en contra de la militarización de las naciones. La muerte de la ideología y su uso como máscara, les decía la columna pasada.

Xóchitl, por su parte, apeló desesperadamente al sector católico y guadalupano de la sociedad mexicana, una postura lamentable que demuestra que se vale todo en el último tramo de una campaña que, según las encuestas, no está tan cerrada como declara la oposición. Tuvo todo para irse sobre el oficialismo en el tema de la inseguridad y el control que tiene el crimen organizado sobre amplias zonas del país, pero prefirió enfrascarse en otras discusiones que no le sumaban lo que pudo sumarle el evidente fracaso del Estado Mexicano frente a los grupos criminales. Tuvo razón, al menos, al decir que los programas sociales se dan por mandato Constitucional con independencia de que Morena esté o no en el poder.

Máynez, por su parte, aprovechó su tercer lugar para hablar de temas controversiales, pero necesarios, como la interrupción legal del embarazo y terminar con el prohibicionismo absoluto de las drogas, política del Estado que -según él- fortalece a los cárteles. Me pareció sumamente interesante que llamara al voto, incluso si no fuera por él y su partido; fija así una postura en que se reconoce último lugar en las encuestas y que puede beneficiar a quien esté en segunda posición por pura estadística electoral.

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