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Hace un par de semanas estuve en uno de esos enormes edificios nuevos sobre la avenida Reforma en la Ciudad de México. En uno de sus últimos pisos tiene un restaurante con una vista de toda la urbe, al mismo tiempo terrorífica y hermosa. Mientras estaba ahí teniendo en un mismo plano el caos citadino habitual y el Sol poniéndose detrás de los cerros en el horizonte, una idea se cruzó por mi mente: ya es septiembre, ojalá y no vaya a temblar mientras estoy aquí arriba, porque me cae que no soy fan de emular a Juan Escutia.

No tembló. Pasaron apenas unos días y ya van más de 700 temblores y réplicas, algunos muy fuertes que han afectado a la CdMx y muchos estados del centro y occidente del país. Mientras escribo esta columna tengo la mirada puesta en 3 fenómenos que vienen moviéndose en el Atlántico con rumbo al Golfo de México y representan un riesgo latente para toda la extensa costa del Golfo y el Caribe.

La Tierra se mueve. No debería de sorprendernos, pero lo hace constantemente con eventos como estos. Asumimos que su rol en nuestra vida es pasivo, como una roca inerte flotando alrededor del Sol, cuando en realidad parecería ser una cosa distinta, parecería comportarse como un ser con vida propia, a una escala que se escapa de nuestra visión o entendimiento. Un ser del que desconocemos tanto, porque incluye profundidades submarinas a las que no tenemos ni acceso ni idea de lo que esconden. Una roca que arde en su interior, con una fuente de energía, tal vez inagotable, que ocasionalmente escapa en forma de erupciones volcánicas o fuertes sacudidas. Una roca forrada de una capa de gas que la protege y le permite que el agua y la luz sean la fuente y el origen de formas de vida mucho más breves, como la nuestra, que en el gran esquema de las cosas podrían ser el equivalente de una chinche montada en un mamut.

Nos falta aún mucho por descubrir y entender acerca de nuestro planeta, pero es innegable que vivo o no, se mueve. Y cada vez que lo hace nos da un golpe de realidad que al mismo tiempo puede ser terrorífico y valioso.

No sé, querido lector, cuál sea tu experiencia con este tipo de fenómenos, pero después de haber vivido directamente experiencias como el huracán “Gilberto” en 1988 o “Isidoro” en 2002, o haber tenido que salir más de una vez a la calle en mis chones de Batman a la mitad de la noche con toda mi familia, o cómo hace poco me tocó evacuar un centro Teletón lleno de familias con niños con discapacidad que huían entre el terror y el orden mientras los cristales y las paredes rechinaban y se sacudían con fuerza, te puedo decir con certeza que este tipo de eventos nos llevan siempre a una misma reflexión: la vida, nuestra vida, la tuya, la mía, es breve y no tenemos el control de casi nada.

La Tierra se mueve y los pequeños problemas de la vida cotidiana ocupan el lugar que les corresponde en realidad. Ante la adversidad, el miedo y la incertidumbre, nuestros pensamientos y preocupaciones cambian y van directamente hacia nuestros seres queridos, a lo que realmente es lo más valioso que tenemos.

La Tierra se mueve y nos da la oportunidad de replantearnos las cosas. ¿Qué te dice a ti?

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