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Cuando estamos en un puesto administrativo, una de las cosas o situaciones más difíciles es decir no cuando alguien nos solicita alguna prebenda, que pasa por encima de los demás, tan iguales como cualquiera. Resulta más fácil decir sí a todo y a todos. Cuando se adopta esta última actitud de complacencia indiscriminada, incondicional y acrítica, el ser humano cae en la mayor alienación posible y abdica de su naturaleza inteligente y libre. No se analiza si esto implica arriesgar la calidad en la atención en aras de ganar tiempo; sin duda, victoria pírrica para los solicitantes intermediarios.

Ese comportamiento cambia la naturaleza reactiva y proactiva de la persona por una actitud pasiva y neutra de mero observador de la realidad y ajeno completamente a la misma. Esta pasividad es no solo indiferencia ante “lo que ocurre”, sino también conformarse y aceptar “lo que ocurra”. Esta conducta, además de irresponsable, es peligrosa, pues si uno no participa ni colabora en el curso de las aguas puede verse arrastrado por su corriente.

Es evidente que querer contentar a todos es imposible y que no comprometerse o mantenerse al margen de los acontecimientos es, en todo caso, hacerse cómplice y sufrir las consecuencias positivas o adversas. Ya un viejo y conocido refrán dice que nunca llueve a gusto de todos y si a eso añadimos que ver lo mismo no quiere decir que todos lo vean de la misma manera, comprenderemos la dificultad de aprehender la realidad totalmente y en su conjunto. Ya el propio Ortega y Gasset destacaba la importancia del perspectivismo en la tarea del observador, según el cual, la realidad depende de la distinta posición o atalaya desde la cual se coloque o dirija la mirada del observador.

Además de lo anterior, hay que subrayar que la observación puede ser objetiva o imparcial si se limita a lo puramente descriptivo o narrativo; pero la apreciación es, por su propia naturaleza, personal y subjetiva; es decir, valorativa, entrando en el campo de lo opinable y sometida a crítica y juicio.

Si recurrimos nuevamente a la sabiduría popular, ésta nos enseña que “cada uno habla de la feria según le va en ella”, es decir, si obtuvo o no algún beneficio en la transacción de sus productos. Es, diríamos, juzgar los acontecimientos por el resultado de los mismos, según sea positivo o negativo para cada uno de sus participantes. Aquí la objetividad del mercado se transforma en la subjetividad, según el resultado personal de sus partícipes.

Vivir es comprometerse y no asumir ningún compromiso, a lo que se refiere Aristóteles cuando dice que “sólo hay una forma de evitar la crítica: no hagas nada, no digas nada y no seas nada”, o sea, en consecuencia, la pérdida total de personalidad. Recuerda en este día significativo frase atemporal: “Entre los individuos como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz”.

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