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Finaliza el año y las palabras de agradecimiento brotan inevitablemente, después de todo, lo bueno o malo, celebramos la vida y los recuerdos de aquellos momentos que marcaron nuestro 2018 con la familia, amigos y seres queridos.

También nos marcan las páginas que leímos, la música que escuchamos o las películas o series con las que nos emocionamos; nuestra vida ahora está conectada permanentemente y esto nos acerca a los que están más lejos o nos aleja de aquellos con los que convivimos cotidianamente. Así de complejo es el mundo actual.

Sin embargo, la tecnología aún no puede suplir el contacto de dos corazones que se unen en un abrazo, el beso de los enamorados, la mirada cómplice de los amores clandestinos o la caricia de los que se quieren a pesar de las adversidades. La vida está transformándose y por ello también nuestras formas de vivirla y disfrutarla.

Cada nuevo año lo vislumbramos como un abanico de posibilidades, de hacer cambios, que a veces nunca realizamos, de sacar tiempo que no nos damos o de hacer promesas y propósitos que dejamos inconclusos.

En realidad nuestro único propósito debería ser uno: ser feliz. Jorge Luis Borges, en su poema “Remordimiento” dice: “He cometido el peor de los pecados/ que un hombre puede cometer. No he sido/ feliz. Que los glaciares del olvido/ me arrastren y me pierdan, despiadados”.

Sin duda ése es para cualquiera el peor de los pecados, dejarse abrumar por el trabajo solo por el dinero, dedicarse a los hijos o a una pareja y olvidarse de uno mismo, perderse en el mar de responsabilidades y obligaciones muchas veces innecesarias solo por el qué dirán, ahogarse entre las preocupaciones y dejarnos arrastrar a las profundidades de las angustias producidas por las situaciones que no podemos cambiar, porque nos cuesta aceptar que nuestra realidad se transforma constantemente, que hay caídas o derrotas necesarias, hay pérdidas irreparables de vidas que seguirán latiendo en nuestros corazones, y hay dolores indefectibles que nos hacen más fuertes; así como hay alegrías y momentos auténticos de felicidad que dejamos pasar o de disfrutar por la triste costumbre de vivir pegados a una pantalla.

Por eso, al finalizar este año yo agradezco los grandes momentos familiares, las charlas con mis mejores amigas y amigos, por los momentos compartidos en tiempo real con aquellos que me estiman y yo estimo, por las sonrisas y la alegría de ver crecer en mi hijo toda mi esperanza, por los buenos consejos de gente sincera que me ha mostrado el rumbo correcto, por los amores que empiezan y por los que se transforman en amistades de por vida, por los que unen sus vidas (como Julia y Gabriel) que nos permiten mirar, como se mira al horizonte, al año nuevo que está por arribar en unas horas.

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