Asombrosa procesión en Sisal

Podía observarse a señoras de avanzada edad postrándose a los pies de este emblemático Cristo de madera.

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El Cristo de Sisal tiene un 'hermano' que es venerado en la ciudad de Campeche. (Sergio Grosjean/SIPSE)
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Sergio Grosjean/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Como cada último domingo del mes de agosto, desde hace 60 años, Sisal es sede protagónica de una de las más impresionantes procesiones que se realiza en el mar. El pasado día 28, tuvimos la buena suerte de presenciar este espectacular acontecimiento que indiscutiblemente nos cautivó. También, tuvimos la grata fortuna de acompañar a nuestro apreciado sacerdote Francisco Kantún Medina –párroco de Sisal-, a quien nuevamente quiero hacerle un caluroso reconocimiento ya que  posee grandes méritos, no solo eclesiásticos, sino también sociales; y a este último respecto, podemos ejemplificar su destacable labor en el proyecto de investigación arqueológica, histórica y paleontológica que se desarrolló en el cenote “Sis-ha” del convento San Bernardino de Siena -cuando era párroco del sitio-, y del cual hablaremos pronto.

Por otro lado, de acuerdo con Jesús Canul Hernández (a) “Xux”, la tradicional procesión de la que hoy nos ocuparemos, de cierta manera se deriva del hallazgo de dos cristos negros que se rescataron en el mar cuando flotaban al garete, de los cuales, uno se llevó al puerto de Campeche y el otro se resguarda en la iglesia de Hunucmá. 

Comienza la procesión

Similarmente hace alrededor de 60 años, el primer domingo de agosto, la imagen del Cristo Negro se transportó de la iglesia de Hunucmá a la de Sisal donde permaneció todo el mes.

El día 28 de agosto, a las 6 de la mañana, salió del templo de Sisal la escolta que custodiaba al Cristo Negro, peregrinación capitaneada por el presbítero Francisco Kantún con dirección al muelle de pescadores. En el trayecto, el equipo de colaboradores que portaba una camisa roja con la leyenda “Custodio del Sr. de Sisal” cargaba emotivamente la imagen de poco más de dos metros de altura, mientras uno de los coadjutores, ubicado a 30 metros delante del contingente de alrededor de 100 personas, con un  cigarro en mano, encendía la mecha de los voladores que iluminaban el naciente cielo que cobijaba a los feligreses que marchaban alegremente con dirección al citado muelle que se encuentra a pocas cuadras de la iglesia.

En el sitio, ya esperaban cientos de emocionadas personas que recibieron con enjundia a la caravana que asentó la estatua en el muelle detrás del modesto altar que se instaló provisionalmente, sitio donde el padre Francisco celebró la eucaristía ante cientos de almas que se encontraban tanto en el muelle como en la arena de la playa.

Al concluir la misa, decenas de feligreses se acercaron a rendirle honores a la imagen; podía observarse a señoras de avanzada edad postrándose a los pies de la efigie mientras otros hombres y mujeres de diversas edades la acariciaban a tiempo que algunos niños eran alzados en brazos con la finalidad de besar a este emblemático Cristo de madera.

A la mar

Luego de permitir que los fieles disfrutaran de cerca la monumental escultura, el mismo equipo que la condujo, la sujetó y cargó en hombros, para luego continuar el trayecto detrás del Padre, quien luego de quitarse los zapatos y enfilarse hacia la arena con dirección a una lancha, confiadamente vigiló la compleja y perfecta maniobra que estos parroquianos ejecutaron hasta finalmente colocar al Cristo Negro en el preciso lugar del bote.

Por nuestra parte, (Jorge Rivas, Raúl Vázquez, Jorge Victoria y quien suscribe) embarcamos la nave que capitaneaba el afable Jesús Canul, quien enfiló motores mar adentro detrás de la barca que transportaba la figura. Al momento de zarpar, custodiamos a la nave “Patrona” alrededor de 50 embarcaciones, muchas de ellas ornamentadas con coloridos globos y/o banderolas, pero a lo largo del recorrido, mientras el capitán Jesús sorteaba los vaivenes del agua y los movimientos de las otras embarcaciones, nos narraba que la intensión de esta procesión era agradecerle a Dios las bendiciones que producía el mar y pedir por los navegantes.

Mientras esto sucedía, observábamos cómo los custodios le cambiaban de ropa al Cristo a tiempo que se iban adhiriendo al contingente más y más lanchas hasta juntarse más de 200, de las cuales, algunas de ellas arrojaban globos blancos al mar -que supongo eran biodegradables-. El destino era “Punta Piedra”, ubicada a 7 kilómetros al poniente sobre la costa de la que no nos alejamos más de 3 kilómetros. Interesante señalar que en este destino, hasta hace poco más de 100 años hubo una vigía que tenía como propósito avisar cuando algún barco se aproximara, en especial, los potencialmente piratas.

Luego de llegar a la altura de esta punta, el contingente dio la vuelta para retornar y pasar al frente del muelle para luego avanzar alrededor de 5 km hasta otro punto y, finalmente, regresar al destino de salida. 

Mi correo es [email protected] y twitter: @sergiogrosjean.

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