Don Rómulo Rozo y el Monumento a la Patria (II)

A los 16 años, el joven Rómulo inició sus pasos en la composición escultórica en España.

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En Yucatán se rinde homenaje al gran escultor Rómulo Rozo, en este mes que se celebra el 118 aniversario de su natalicio. El escultor desarrolló en nuestro estado su tercera y última etapa de su fructífera vida. (Sergio Grosjean/SIPSE)
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Sergio Grosjean/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Continuando con nuestra serie “Mérida pasado y presente” y agregando notas al tema de la vida y obra de Don Rómulo Rozo, en este mes que se celebra el aniversario 118 de su natalicio, hemos repasando nuevamente el libro “Las Piedras Parlantes” de nuestro estimado amigo, el arquitecto e historiador, Raúl Alcalá Erosa, quien desde hace tres décadas ha investigado la historia del arte en Yucatán, donde destaca la trayectoria del eminente escultor y también acucioso estudiante de las culturas precolombinas, desde la raza Chibcha de su país de origen, así como la Olmeca y especialmente la Maya, en el nuestro. 

El escritor Alcalá Erosa considera de importancia distinguir tres etapas formativas en la vida del  biografiado. Ya hemos apuntado parte de su trayectoria inicial cuando, a la edad de 16 años, se despide de su natal Colombia, embarcándose en Barranquilla hacia el Viejo Continente, teniendo como primer destino la capital española y llevando consigo como única pertenencia una amplia carta de recomendación del diplomático chileno Diego Dublé, dirigida al entonces director del Museo del Prado.

De esta forma inicia el joven Rozo su segundo capítulo vital, en 1922, al ser presentado a sus primeros maestros, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, entre quienes destacaba Victorio  Macho, quien desde las primeras prácticas escolares constató su potencial en el campo de la composición escultórica, vocación que habría de ser perfeccionada durante los próximos tres años en forma simultánea con trabajos de esculpido y moldeado de figuras de arte sacro, para poder solventar sus gastos y ahorrar algo para realizar su siguiente objetivo que era residir en París, la capital europea del arte.

Rozo estudia en la Ciudad Luz de 1925 a 1928, recibiendo las sabias enseñanzas del maestro escultor Antoine Bourdelle, quien a su vez había sido alumno aventajado del gran Auguste Rodin, cuyo espíritu influyente aún vagaba por los jardines del arte parisienses-apunta Alcalá en su libro.

Estilo propio

De la obra europea, del ya profesional Rómulo, destaca por su impacto visual la escultura Salomé, de estilo clásico, donde logra un admirable equilibrio compositivo con el tema de la imagen de la caprichosa princesa sosteniendo un platón con el rostro del Bautista recién decapitado. A ese mismo período corresponden entre muchas otras, sus tempranas obras: El Dios Pan, tocando inspiradamente su icónica flauta; Ofrenda, figura de notable verticalidad; El Padre Tiempo, con su espadaña y su cronómetro de arena, así como La Música, bellísima figura desnuda con su cítara, que recuerda ese otro arte siempre presente en el alma bohemia del Rozo compositor de bellas melodías como tiempo después habría de demostrar en su estancia en nuestro país.

Los temas mencionados de corte clásico, fueron piezas llamadas de salón o bibelots, han sido consideradas como formativas del artista, donde predominan los temas grecorromanos, sin embargo, pronto habría de comenzar a gestarse su propio estilo que lo distinguiría por siempre al lograr acrisolar su sangre e inspiración indoamericana con las excelencias del arte europeo. 

Es en esos momentos en que surge la imagen escultórica de la diosa Bachué, la madre generadora de los Chibchas, en granito negro, que habría de ser su mejor carta de presentación al ser elegida para el patio central del pabellón de Colombia, por él decorado, en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, en 1928, donde habría también de conocer al arquitecto yucateco  Manuel Amábilis.

Gran legado

El éxito obtenido en Europa, le permite el retorno a su país donde le ofrecen importantes direcciones en la enseñanza del arte, lo cual desempeña durante un breve tiempo decidiéndose por aceptar un puesto diplomático como agregado cultural en la Ciudad de México, en 1931, mismo que compagina con su trabajo escultórico, realizando una cantidad considerable de obras de regulares proporciones, durante seis años, entre las que destacan:  El Pensamiento, Anunciación, La Raza, Revolución, Música, Tlacuilo, Gandhi, Monumento a las leyes de Reforma, Plegaria, Caballero Tigre, Amor del Alma , entre otras.

La realización de dos proyectos de carácter escultórico–arquitectónico, el Hospital Morelos,  y la Escuela Belisario Domínguez, más acordes con sus inquietudes, en la ciudad de Chetumal,en 1938,  le abrió las puertas a Rómulo Rozo al  Mundo Maya y a su futura vida en la tercera y última etapa de su fructífera vida, al haber sido los antecedentes para su arribo a Yucatán, en donde su amigo Amábilis y las piedras rosadas de las canteras de Ticul, le esperaban para conformar, en Mérida,  con tan solo un cincel y un martillo, su obra cumbre, concluida en 1956: El Monumento a la Patria.

Mi correo es [email protected] y twitter @sergiogrosjean.

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