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Día Internacional del Libro (23 de abril)

El libro cobra magia únicamente cuando las cálidas manos del lector lo acogen y sus ojos bailan al compás de las palabras.

Leer es abrir puerta tras puerta en cada página leída de papel o en pantalla, puertas que abren la posibilidad para entrar a otros mundos, otras épocas y posibilidades.
La lectura debe ser mucho más que un hábito, un tema de moda o discurso oficial, debe ser la gota que alimente el espíritu y la tinta que se cuele por las venas. “¿De qué sirven los libros si no nos hacen volver a la vida, si no consiguen hacernos beber en ella con más avidez?”, se preguntaba Henry Miller, porque quien lee, respondería Juan D. Argüelles, descubre que los libros “nos acompañan. Nos dan calor si tenemos frío, nos prestan certezas ahí donde tenemos dudas”. Leer nos sumerge en las aguas turbias o cristalinas de distintas realidades para salir a flote empapados de infinitas experiencias con las cuales enfrentamos nuestra propia vida.

Los libros se convierten en valiosas piezas que heredaremos como testimonio de nuestro paso por todos los mundos que encierran sus páginas silentes; ¿quién los abrirá de nuevo, en qué otros ojos nadarán sus imágenes de tinta, quién notará la huella imborrable de nuestros desvelos y alegrías contenidas entre nuestros libros? Ningún bibliófilo partirá sin pensar en ellos, como Sor Juana cuando encomendó a su amigo José Lombeida sus más de cuatro mil tomos para que vendiera, o como Jorge Luis Borges, quien donó más de mil a la Biblioteca Nacional de Argentina, la que dirigió por más de dieciocho años.

Más que el libro-objeto está el aprecio del lector, sus momentos de lectura, anotaciones, subrayados, su nostalgia al terminarlo y la emoción de iniciar uno nuevo, va implícito también su tiempo, diluido en polvo acumulado sobre ellos formando olvidos.

El libro es fuego contenido en las palabras que se esparce como chispas que entran por los ojos del lector y encienden llamas en su mente e imaginación; es seguro que provocarán una emoción, una idea o más palabras, anidarán en las entrañas o se volcarán convertidas en sonrisas o en lágrimas. Nadie sabe a ciencia cierta cómo, pero todas las palabras engullidas en cada lectura provocan una metamorfosis en el lector de la que se es o no consciente, es un devenir heracliteano porque nadie lee dos veces el mismo libro, ni siquiera su propio autor.

Que viva el libro no un día, sino en todos los de tu existencia, que te acompañe y te cobije, te de sombra y esperanzas, que el libro te proteja de las miserias de la vida y calme tu sed en estos tiempos tan desérticos. Que el libro sea el caleidoscopio para mirar-te al mundo y creer en él.

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