Nunca se debe maldecir el monte

Un campesino maya sufrió las consecuencias de su impaciencia. Pidió lluvia a los dioses, se la concedieron pero...

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Por maldecir en el monte el campesino se quedó sin agua para su cosecha. (Jorge Moreno/SIPSE)
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Jorge Moreno/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Cierta ocasión un campesino empezó a quejarse porque en su milpa no había caído una sola gota de agua, llovía por todas direcciones, menos en su terreno, por lo que su preocupación empezó a crecer ante el miedo de perder su cosecha. Entonces empezó a lamentarse y a reclamar airadamente a los dueños del monte porque pensaba que se habían olvidado de él o que lo estaban castigando al no enviar la sagrada lluvia.

Un día, al terminar sus labores, se dispuso a tomar el camino de vuelta a su casa. Durante el trayecto no cesaron sus reclamos, ya que estaba cegado por su ira; esto ocasionó que se perdiera por aquellos lugares y de pronto, escuchó murmullos provenientes de un lugar cercano, siguió el rastro y llegó a la entrada de la gruta Áaktun PajSa’, escuchaba la algarabía habitual de una fiesta y de algunos hombres comiendo y bebiendo.

Cuando llegó al interior de la caverna observó a varios hombres que consumían maíz, calabaza, tomate, carne de venado, pavo de monte y jabalí, tomaban atole nuevo, saká con miel, balché, etc. Sin sentir temor se acercó a ellos y les preguntó quiénes eran y qué hacían en ese lugar. Ante esto contestaron que eran los dioses y señores del monte.

El hombre maya no cabía de su asombro al estar sentando junto a esos seres superiores y sin perder la oportunidad les expuso su problema y les dijo que siempre ha cumplido con sus primicias, por lo que no se explicaba por qué lo estaban castigando.

Entonces los dioses le dijeron que había sido un descuido, pero que al día siguiente caería suficiente agua para sus sembrados, pero el hombre no aceptó la propuesta y pidió que de una vez hicieran caer la lluvia, a lo que los dioses comentaron que no era posible acudir a su terreno en esos momentos, pues estaban alimentándose. El campesino insistió tanto que el dios Chaac le propuso que si tanto quería la lluvia le prestaría su caballo y su calabazo para que hiciera caer una gran precipitación.

El galope de la lluvia

Seguidamente Chaac le dio un gran calabazo con suficiente agua para regar 100 leguas de tierra y un enorme caballo con suficiente vigor y fuerza para no cansarse, pero era difícil de controlar, ya que era muy salvaje y furioso.

Con mucho trabajo pudo cargar el calabazo y subirse al lomo del imponente equino, el cual voló por los aires. Por la nariz arrojaba fuertes truenos y cada relinchido se escuchaba como un estruendoso trueno, su galope ocasionó una gran acumulación de nubes negras, sin lugar a dudas era inminente la llegada de una gran tormenta. 

El campesino apenas lograba sostenerse con una mano para no caerse, ya que con la otra tenía abrazado el calabazo, seguidamente se dejó sentir una fenomenal lluvia por toda la zona. Ya mareado el pobre hombre no lograba direccionar el agua hacia su milpa, se dice que el torrencial aguacero duró cinco horas. Cuando todo terminó el caballo inmediatamente retornó a la gruta.

La lluvia no llegó a su milpa

A primera hora de la mañana se dirigió a su milpa, al llegar observó que ninguna gota de agua había caído y que la tierra permanecía seca, al igual que antes, pero las milpas de sus vecinos si fueron mojadas por todas direcciones por la lluvia.

Esto sucedió debido a la impaciencia y avaricia del campesino, así como a la desobediencia a las órdenes y deseos de los dueños del monte. Desde esos días la gruta Áaktun PajSa’ fue conocida como un lugar sagrado, por lo que los campesinos y cazadores acudían a ella para abastecerse de agua y depositar ofrendas de saká con miel para los dioses mayas que en ella descansan.   

Como se puede ver, las leyendas mayas no sólo implican miedo, terror o situaciones paranormales, también nos dan lecciones de vida, como el caso de ese campesino. Esta leyenda nos la envió nuestro estimado amigo del municipio de Akil, don Víctor Navarrete Muñoz.

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