Esperanza en fuga

Durante 28 años de militancia opositora enfrenté innumerables derrotas electorales. En los años ochenta esa era la única posibilidad.

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Durante 28 años de militancia opositora enfrenté innumerables derrotas electorales. En los años ochenta esa era la única posibilidad. No sólo el PRI era una aplanadora, sino que el conservadurismo social de Yucatán hacía imposible obtener victorias para comunistas y socialistas.

Casi veinte años después, en 1997, Cuauhtémoc Cárdenas ganó con amplio margen la elección de jefe de Gobierno del D. F., abriendo una nueva etapa para la izquierda, que ya conjuntaba una diversidad de corrientes políticas, incluyendo masivamente a exmilitantes del propio PRI.

Pese a que las victorias tampoco menudeaban en los comicios más importantes, fue a partir de ese momento que empezamos a tener esperanzas fundadas en obtenerlas. Sin embargo, las expectativas rebasaban frecuentemente nuestras fortalezas reales, creyéndonos con posibilidades de ganar muchos comicios que aún quedaban fuera de nuestro alcance. La esperanza comenzó a marcar nuestro ánimo en los procesos en que nos sentíamos competitivos aún sin serlo. También demostró ser un bicho mañoso.

Las encuestas eran ya para esos años un obligado referente electoral. Cuando en alguna elección en la que nos sentíamos fuertes éstas contradecían nuestras expectativas, la esperanza generaba razonamientos evasivos. Si el adversario aparecía muy arriba, no pocos buscaban argumentos para interpretarlas a nuestro favor.

El más propicio era suponer que quienes se manifestaban indecisos eran potenciales votantes nuestros, personas que se encontraban en el proceso de cambiar su tradicional filiación priista por la nuestra. La esperanza se atrincheraba entonces en la indecisión que se reportaba. Esta barrera invariablemente mostraba su fragilidad al comenzar a difundirse los resultados electorales preliminares, que confirmaban lo que las encuestas decían. La esperanza entonces corría a refugiarse en los resultados que no habían llegado.

Hasta el mediodía siguiente duraba el nuevo santuario, momento en el que, con más del 90% de los resultados, volvía a confirmarse la derrota. Entonces la esperanza corría a los resultados del cómputo oficial. Había muchas actas no reportadas por el PREP que seguramente venían aplastantemente a nuestro favor. Cuando después los resultados oficiales confirmaban encuestas y PREP, la esperanza se mudaba entonces a los tribunales. Finalmente, cuando éstos ratificaban los resultados, la esperanza transmutaba en negación, y de cada derrota se responsabilizaba a imaginarios fraudes para entonces ya imposibles.

Tras dos décadas de observar este fenómeno en la izquierda, no deja de ser curioso verlo hoy, igualito, en sus adversarios. Todas la encuestas serias dan a López Obrador una ventaja definitiva. Sólo la perversa esperanza impide que esto se vea.

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