|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Eran los años noventa y Mevan Babakar vivía en un campo de refugiados en Holanda, sus padres tuvieron que huir de Iraq después de la primera Guerra del Golfo y habían tenido que ir de país en país, iniciando por Turquía para posteriormente ir a Azerbaiyán y Rusia, llegando luego a Holanda, donde pasaron un año entre 1994 y 1995; finalmente la familia logró establecerse en Londres. Mevan nunca había podido olvidar que durante su tiempo en Holanda un hombre le había regalado una bicicleta nueva mientras vivía en el campo de refugiados; aunque el recuerdo seguía vivo en su corazón, lo único que tenía del generoso desconocido era una vieja fotografía.

Ya en pleno siglo XXI, constantemente sentía la inquietud de no haber sabido nunca a quién agradecer que se hubiera conmovido ante la situación de una niña; la identidad del hombre que, con generoso corazón, había pensado en hacerla feliz era aún un misterio.

Un buen día se despertó con la firme intención de hacer todo lo posible por encontrarlo, fue así que publicó la vieja fotografía de aquel hombre en sus redes sociales, contando brevemente la historia y pidiendo que si alguien lo conocía por favor le dijera cuál era su nombre y dónde podía encontrarlo. Más de 8,000 veces su publicación fue reproducida en diversas redes sociales, hasta que un hombre que había trabajado en el campo de refugiados en el mismo año que ella estuvo ahí le dijo quién era: se llamaba Egbert. Finalmente pudo reunirse con él en Alemania apenas una semana después.

Egbert se sentía un tanto confundido, pensaba que lo que había hecho no era para que se armara el revuelo que se armó en las redes sociales; por su parte, Mevan se sentía infinitamente feliz de poder agradecer en persona el gesto de amor de un hombre generoso que había regalado una maravillosa bicicleta roja a una niña que vivía en un mundo en el que esperaba de todo menos un regalo; la felicidad que le inundó el corazón seguía desbordando sus días.

Él no solo le había regalado la bicicleta a ella, sino que le había obsequiado otra a su madre, además de invitar a toda la familia a pasar la noche de Navidad en su casa; aún ahora continúa ayudando a los refugiados que puede. Mevan declaró: “Los gestos pequeños pueden tener grandes consecuencias, la generosidad de Egbert se quedará conmigo para siempre y sigue moldeándome como persona”. Por demás está decir que Egbert se siente orgulloso de la mujer en la que ella se ha convertido.

Impresiona el ver cómo un acto de amor perdura en el tiempo; probablemente Egbert ya no lo tenía en cuenta, pero para Mevan era una felicidad que todos los días renacía en su corazón. Bueno sería para el mundo que todos tuviéramos la generosidad de Egbert y el agradecimiento de Mevan.

Lo más leído

skeleton





skeleton