Los cuentistas
El Poder de la Pluma.
Los cuentistas no imaginan, ignoran cualquier tipo de oficio, olvidan al cerebro en la caja del supermercado. Abandonan sus automóviles, obsoletos, a mitad de la carretera; destruyen las fechas familiares por andar pensando en la forma correcta de escribir idiosincrasia. Ellos temen a la ley. Los cuentistas se reúnen en las mesas de café a contar cicatrices, como si observaran desde la vitrina de la memoria. No piensan, se caen en las cocinas de los restaurantes; pernoctan en absurdos centros comerciales.
Los cuentistas no cuentan cuentos: hacen fotosíntesis. Cometen terrorismo en los hospitales. Sacan a pasear a sus ideas porque le temen a los perros. Antes de morir son detenidos en aduanas de países que no existen. Los cuentistas se duermen en los autobuses cuando van de regreso a casa y despiertan en absurdos cementerios. Ellos temen al cambio climático, al Hezbollah. Los cuentistas no se meten al mar, pasan por la costa intentando encender un cigarro con la chispa de sus tristezas. Ellos son víctimas y victimarios, inventan himnos.
Los cuentistas no saben leer, ensayan el braile de los días encima de cuerpos callados, dóciles. No hay vicio más enfermo que escribir. Los cuentistas ignoran el pasado, todo el tiempo están conjugando en presente. Prefieren quedarse ciegos en lugar de parpadear. Ellos temen al fenómeno de El Niño, dibujan paisajes en los citatorios de Hacienda.
Los cuentistas no saben nada de medicina pero extraen sus corazones en suaves cirugías, hermosas cirugías. Los cuentistas viajan a Tokio por equivocación, escriben poemas sobre sus pasaportes. Ellos hacen de tripas cerebro, le temen a la palabra esternocleidomastoideo.
No hay vicio más enfermo que escribir. Los cuentistas bailan sin pareja por geometría y juran que el ritmo es una evidencia de la vida en Marte.
Los cuentistas odian a la patria, prefieren fundar escuelas de esoterismo en las salas de espera de consultorios dentales. Y van sin argumentos por el mundo, deprimidos, iracundos, perversos, esquizoides. La noche mantiene un pacto con ellos: les ofrece la oscuridad a cambio de sus corazones adolescentes.