La cruel venganza de las chachalacas

Pedro era un gran cazador gracias a un amuleto hallado en una chachalaca, y mataba por diversión hasta que tuvo sangriento castigo.

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Las chachalacas tienen una historia parecida a la de la “piedra mágica de los venados”. (Jorge Moreno/SIPSE)
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Jorge Moreno/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Desde pequeño, Pedro demostró gran habilidad para cazar pequeñas aves que poblaban los montes del pueblo de Akil. Sus padres fueron muy pobres, pero siempre le inculcaron el amor por el trabajo y un gran respeto por la madre naturaleza. Cuando cumplió siete años de edad recibió de manos de su abuelo su primer “tirahule”, el cual no tardó en aprender a utilizar después de unas pequeñas clases que le dio su viejo ascendiente.

Un día, su padre cayó enfermo, así que le pidió dirigirse solo a la milpa que tenían por el rumbo de Santa Rita, que en ese tiempo era una de las haciendas más prosperas de la región. El señor le encomendó ir por un poco de leña para que su madre pudiera preparar la comida. El pequeño no tenía miedo, pues en muchas ocasiones había hecho el recorrido en solitario. En el trayecto a la milpa se divertía cazando tortolitas, palomas de monte, yuyas, codornices y otros pequeños pájaros; muchas de sus presas se las llevaba a su madre para que las cocinara, aunque ella no lo hacía de buena gana, ya que la educación que recibió le dictaba que cualquier animal del monte no debe ser sacrificado ni para alimentarse, aunque, por su precaria condición económica, la obligaba en muchas ocasiones a guisarlos para que su familia pudiera subsistir.

Pero aquella mañana la vida de Pedro cambiaría para siempre. Al acercarse a su destino escuchó el llamado de una chachalaca. Su fino sentido del oído y su entrenamiento como cazador le permitieron seguir el rastro hasta hallar al ave en la parte más alta de un frondoso roble. Al mirarla, observó que su talla era más grande de lo normal. Sin hacer tanto caso de aquella cualidad, preparó su “tirahule” y de un certero disparo a la cabeza le dio muerte.

Al acercarse a su presa, observó su gran tamaño y que su vientre estaba abultado como si hubiera tragado algo. Le dio poca importancia al hecho y continuó su camino hacia la milpa y así, al llegar, juntó la leña que le habían encargado. 

Al regresar a su casa entregó el ave a su madre, y ésta se molestó con Pedro porque el animal muerto era de un mayor tamaño que los pajaritos que cazaba con regularidad, y sintió que su hijo había faltado el respeto a los dioses del monte.

La señora se negó a cocinar el ave y le dijo que se deshiciera de su presa o que lo preparara por su cuenta. Pedro optó por lo segundo pues siempre ayudaba a desplumar y destazar a las presas. Cuando estaba beneficiando a la chachalaca, le cortó el vientre para sacar las tripas, vísceras, cuando del abdomen sacó una hermosa piedra de color verdoso que en el centro tenía una mancha que simulaba ser un ojo humano. Le llamó tanto la atención que la guardó en la bolsa de su pantalón.

Preciado amuleto

Lo que él no sabía era que esa piedra es un poderoso amuleto que le daba a quien lo posea habilidades sobrenaturales e ilimitadas para la cacería. Con el paso de los años, Pedro se convirtió en un gran cazador de especies emplumadas, pero su presa favorita fueron las chachalacas, siempre mataba una gran cantidad de ellas.

En cierta ocasión, llegó al jacal de sus padres con 25 de esas aves. Su madre explotó en ira contra su hijo, pues éste ya se había sobrepasado y no mostraba ningún respeto por los antepasados y sus dominios.

La gente del pueblo y de los alrededores contaba que el gran cazador tenía hecho algún tipo de pacto con el jefe de estos animales, pues se rumoraba que ya había dado muerte a miles y miles de ellos.

Cierta ocasión, tras regresar de su acostumbrada cacería y se disponía a tomar un descanso, se dio cuenta que una chachalaca lo estaba mirando desde un árbol del fondo de su patio. La vio con detenimiento y se percató que era muy parecida a la que había matado en su infancia y que le había otorgado sus valiosas habilidades. La espantó de un grito, pero aquella ni se movió.

Entonces fue por su “tirahule” para cazarla. El ave se fue retirando poco a poco, pero siempre permanecía al alcance de los proyectiles que misteriosamente no lograban darle o no le hacían ningún daño, por lo que Pedro la siguió durante varios minutos hasta que se dio cuenta que ya se había retirado mucho de su hogar y que estaba internado en el monte. Fue entonces que quiso regresar, pero al darse vuelta se vio rodeado por miles de chachalacas que lo hicieron su prisionero y no le permitieron retirarse.

Cuenta la historia que las chachalacas decidieron vengarse de él por haber matado a tantas de sus compañeras sin tener un fin específico más que la diversión y el lucimiento personal.

Hicieron justicia

Se dice que el primer día de su cautiverio fue picoteado hasta que le arrancaron las carnes de los pies para que no pudiera perseguirlas. Al segundo día le comieron la carne de las manos para que no volviera a utilizar arma alguna contra ellas. Al tercero, le comieron la lengua para impedir que imitara el llamado de las aves. Al cuarto día le picotearon hasta arrancarle las orejas, para que no tuviera oportunidad de escuchar y guiarse a través del canto. Al quinto día le fueron arrancados los ojos para evitar que pudiera ver a estos animales, y por último, la gran parvada le picoteó y le comió todas las carnes del cuerpo hasta que murió por el intenso dolor.

La gran chachalaca se acercó al cadáver. Entre los huesos y harapos recogió el talismán de color verdoso y que simulaba ser un ojo humano. Se lo tragó para resguárdalo, pues Pedro se había sobrepasado con los poderes que le había otorgado.

Agradezco a don Víctor Adalberto Navarrete Muñoz que nos haya mandado esta historia para compartir con todos los lectores.

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