'La paciencia y misericordia de Dios'

Dios nos ha creado para la libertad y quiere que vivamos como seres libres, para ser así verdaderos hijos de Dios.

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Dios es amor y nos dio a su Hijo Unigénito para que el que crea en Él no muera, sino tenga la vida eterna ya que Él nos amó primero . (SIPSE)
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MÉRIDA, Yuc.- III Domingo de Cuaresma

Ex. 3, 1-8. 13-15; Sal. 102; 1Cor. 10, 1-6. 10-12; S. Lc. 13,1-9

Introducción

Jesús toma ocasión de dos acontecimientos de crónica recientes para reflexionar sobre ellos, porque algunos galileos se rebelaron contra el poder romano. Cuando los persiguieron se refugiaron en el templo creyendo que los soldados romanos respetarían el lugar sagrado, pero aquellos lo violaron y mataron a los insurrectos, mezclándose así su sangre con la de los sacrificios.

Y sucedió también que 18 personas murieron, cuando se cayó una torre en una plaza y por ello Cristo les pregunta: “¿piensan ustedes que los que murieron eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén?” (Lc. 13,4)

1.- Procuremos llevar lo más pesado unos de otros.

Es la violencia que explota al externo, pero que se anida y crece en el propio corazón.
Cristo quiere educarnos a no pasar indiferentes por la vida y a involucrarnos en el dolor, sufrimiento y retos que tienen los seres humanos.

Nos debemos arrepentir de la violencia que hemos provocado, experimentado o sido testigos, porque debemos ser solidarios en la fraternidad con nuestro mundo, su dolor, sufrimientos y vejaciones.

Nada de lo humano debe permanecer ajeno a mis oraciones, preocupaciones y compromisos.

En la lección que Dios le da a Moisés podemos obtener una experiencia saludable. Pues él estaba tranquilo lejos de su pueblo, en la paz de su hogar y familia, pero Dios lo guía y envía a que no quede ajeno al drama de su pueblo y recordemos que el que ha gozado de la libertad, tiene mayor compromiso de participar en la liberación de los demás.

II.- Hay que salir de la esclavitud

Los judíos se habían ido acostumbrando al exilio y la esclavitud de Egipto. No tenían el valor de emprender una marcha de liberación, que suponía enfrentar el desierto. Y por ello -ante la necesidad-, vivían sumisos a sus opresores que no querían que se fueran, pues era cómodo tener a todo un pueblo que construía para ellos ciudades y monumentos.

“Todas estas cosas sucedieron como un ejemplo para nosotros”. Vivimos en un mundo con muchas esclavitudes, la codicia del dinero, siempre insuficiente para todas nuestras expectativas, ambiciones y estilo de vida.

El dinero se ha vuelto un estímulo que crea una voracidad insaciable, en las personas y en los partidos, en las empresas y en la política.

Distraerse, divertirse, descansar, son los grandes señuelos detrás de los cuales va la mayoría de las personas, que un ambiente de superficialidad cómoda, carente de compromisos y ausente de ideales, se satisface con lo inmediato, con gozos y satisfacciones pasajeras que evitan enfrentarse a uno mismo, evaluar, aprobar o rechazar para vivir una vida exigente de evaluación y superación constante.

III.- Yo soy el que soy (Ex. 3,24)

Sólo podemos hablar adecuadamente de Dios orando, sólo podemos conocer adecuadamente a Dios con un corazón purificado, sólo podemos buscar adecuadamente a Dios con un corazón humilde y arrepentido, sólo podemos penetrar adecuadamente el misterio de Dios en el marco del silencio y la intimidad.

Porque Dios “yo soy el que soy”, no sólo es el absoluto, el omnipotente, el trascendente, sino el Dios para nosotros, el Dios con nosotros “Emmanuel” y el Dios que nos acompaña en nuestra sencilla historia de vida.

Es el Dios viviente, Señor de la vida, que da la vida, que pide a cada uno que seamos homenaje a la vida y servidores de la vida (cfr. Ez. 17,19; Heb. 10,31) y que rechacemos a los “ídolos” que son la provocación de la vanidad, y de la nada, y muchas veces la justificación absurda de los vicios. “Santo” es su nombre dice el Magnificat.

Pero sobretodo, Dios es amor (1Jn. 4,8) y nos dio a su Hijo Unigénito para que el que crea en Él no muera, sino tenga la vida eterna (S. Jn. 3,16), ya que Él nos amó primero (1Jn. 4,10) para darnos la oportunidad de vivir como hijos de Dios y hermanos en Cristo.

Dios nos ha creado para la libertad y quiere que vivamos como seres libres, sirviendo, custodiando, reservando la libertad, para ser así verdaderos hijos de Dios.

Por eso, Dios debe de estar presente en todos los ámbitos de nuestra vida, iluminando con el Evangelio:

+ Nuestras opciones y decisiones políticas, que pueden  significar el  bienestar  de algunos, y el hambre de muchos;

+ Nuestras opciones y decisiones económicas, cuando el “cambio de estructuras”, son muchos los que pierden su trabajo;

+ Nuestras opciones y decisiones estratégicas; que comportan exclusión de personas, falta de respeto a los derechos humanos, favorecer a los poderosos.

Dios, que se presenta como “Yo soy el que soy”, ha venido a nosotros en la persona de Jesucristo. En su presencia, mensaje, estilo de vida, se convierte en ejemplo, guía, luz, que nos libera de esclavitudes y dependencias, que disminuyen o atrofian la dignidad y libertad de ser hijos de Dios.

IV.- Conclusiones

La conversión a la que Cristo nos invita “si no se arrepienten” nos debe llevar al encuentro personal con Jesús.

Nuestra vida debe de ser compromiso, servicio y generosidad, atendiendo a los demás desde nuestra vocación, con calidad y caridad. Para ser árbol que tiene follaje, pero que también produce frutos (la higuera).

Tenemos que rechazar todo lo que sea deshonestidad, corrupción, manipulación, que son “servir a la mentira” y que es la idolatría contemporánea.

“No confíes en la opresión, no pongáis ilusiones en el robo, y aunque crezcan vuestras riquezas, no les deis el corazón” (Sal. 61).

Dios es un Dios presente, operante, que nos acompaña, que está involucrado en la historia humana, que desea alimentarnos con el pan de su Palabra y el pan de la Eucaristía como alimentó a los Israelitas en el desierto; pues la Eucaristía es Luz y vida de cada cristiano en este Nuevo Milenio. Para que sepamos ser heraldos de esperanza en un mundo renovado por la gracia.

Aceptemos la invitación de Jesús a la conversión de corazón, con la confianza en que “Él es paciente y misericordioso”; (Ez. 33,6) “perdona tus pecados, cura tus enfermedades, te colma de amor y de ternura”. (Sal. 102) Amén.

Mérida, Yuc., a 3 de marzo de 2013.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
  Arzobispo de Yucatán

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