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Recuerdo haber leído hace ya muchos años la experiencia de una maestra que estuvo recluida en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial; mencionaba que le había aterrorizado el darse cuenta de que dichos campos fueron diseñados por excelentes arquitectos, construidos por ingenieros en extremo competentes, que muchos de quienes servían como carceleros u operaban las cámaras de gas eran abogados o contadores y que buen número de quienes aplicaban inyecciones letales eran enfermeras tituladas. Desde entonces decía temer a la educación que se les daba a los jóvenes.

Parece olvidársenos que el título y la competencia en un área no garantizan que quien los posea los utilizará para el bien, nuestro país tiene tristemente muchos ejemplos al respecto, tanto en el campo empresarial como de gobierno; un título no garantiza la bondad de una persona, un título no hace más humanitario a quien lo posee, no garantiza su felicidad, no garantiza su libertad de espíritu e independencia.

No recordamos que una educación sin guía ética y moral,solamente reducida a los conocimientos y habilidades, puede generar seres humanos con un alto grado de civilización, pero despiadados y dirigidos solo por sus deseos e intereses.

En gran número de instituciones educativas se daenorme valor a lo útil y aplicativo,pero se mantiene casi en el olvido lo ético y moral. Esto sucede a pesar de lo mucho que las instituciones educativas de toda índole se empeñan en asegurar que ellas sí forman en valores, cuando la realidad es que forman en el conocimiento de los valores y trabajan muy mal la vivencia de éstos.

Los maestros son los llamados a hacer vida la ética y la moral, no solo enseñando su conocimiento, sino procurando su vivencia y puesta en práctica; los maestros están destinados a contribuir en la formación de hombres y mujeres que sean capaces de amarse y respetarse los unos a los otros, reaccionar con solidaridad ante las necesidades del prójimo, ser capaces de compartir las alegrías y las tristezas,entender que el sufrimiento es parte de la naturaleza humana, pero que no hay que dejarse vencer por él.

No estoy sugiriendo que los maestros dejen de enseñar la ciencia y la técnica, estoy proponiendo que complementen esa educación compartiendo sus intereses, explicando cómo se han levantado de sus fracasos, aprendiendo a convivir en la alegría y la tristeza,  enriqueciendo con su experiencia de vida a los alumnos, compartiendo con ellos sus ilusiones, fracasos y esperanzas y que de esta manera logren que sus alumnos aprendan de la vida, que juntos en comunidad maestro y alumnos se eduquen unos a otros, se perfeccionen como seres humanos y establezcan una verdadera sociedad inclusiva y una comunidad de vida.

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