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Durante nuestra vida llegamos a dar muchas cosas por seguras, solemos creer que moriremos de viejos y rodeados de nuestra familia; ordenamos nuestra existencia y acciones alrededor de esta idea, de la misma manera acabamos creyendo que nuestra vida responderá a la estructura que nuestra mente le ha dado. Damos por seguros la salud, el amor de nuestro cónyuge, la vida de nuestros hijos, el amor de nuestros padres, la amistad sincera de aquellos en los que hemos depositado nuestra confianza. Nada de esto es malo, porque acertaremos con mayor frecuencia al confiar en los demás que al desconfiar de ellos, lo que no significa tampoco que seamos ingenuos y esperemos que todo se nos de a las mil maravillas.

Es interesante que al tener cosas buenas, tan cerca y a diario, acabamos muchas veces por sentir que siempre estarán allá, siendo que la vida muchas veces se encarga de demostrarnos lo contrario, en algunas ocasiones de manera trágica. Sí, los seres humanos tendemos a habituarnos de tal manera a lo bueno que la vida nos ha dado que lo volvemos rutinario, le quitamos la magia que esto tiene, incluso lo llegamos a banalizar; probablemente nadie sea tan pobre como aquel que no es capaz de ver todo aquello de bueno que hay en cada una de sus horas.

Si tuviéramos la conciencia de ser agradecidos por cada una de las cosas buenas que a nosotros nos llegan, indudablemente viviríamos más felices de lo que vivimos. Gran veneno para nuestra felicidad es el normalizar aquello bueno que día a día se presenta en nuestras vidas, comenzar a considerarlo seguro, pensarlo intrínseco a nuestra existencia: eso es como irle quitando poco a poco la importancia que tiene en nuestras vidas.

Mejor para nosotros sería el levantarnos todos los días maravillados y agradecidos de tener padres que nos aman, que siempre están ahí para nosotros, sorprendidos de la calidez de nuestros amigos, confortados por su confianza y fidelidad, felices por tener hijos que se preocupan por nosotros, que con su amor hacen nuestra existencia maravillosa, asombrados por el amor de nuestra esposa, conmovidos por su entrega a nuestra relación, felices y agradecidos con Dios por haberla puesto en nuestro camino.

Grave problema es el que lo bueno lo volvamos rutinario y de esta manera le restemos un poco de la magia que trae a nuestra existencia. Hoy por la mañana, al levantarme, lo primero que vieron mis ojos fue a mi esposa dormida a mi lado, fue uno de esos momentos en que con toda lucidez entendí la maravilla que es tenerla en mi vida, todo el bien que me ha traído y lo agradecido que estoy con ella.

Espero que todos tengamos la posibilidad de experimentar a diario esas ráfagas de verdad que nos permitan maravillarnos todos los días.

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