|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Mi abuelo, de elevada estatura, con el portafolio siempre en la mano, iba por la calle vestido permanentemente de traje a pesar del calor de una ciudad en la que pocos se vestían así. Lo recuerdo  en las última horas de su agonía: con la mirada ya más en el mundo por venir que en el presente, repetía constantemente: “Cuánto tiempo perdido, cuánto tiempo perdido”. Ese recuerdo me ha acompañado toda la vida y es que probablemente muchos de nosotros nos veamos en ese instante con la misma preocupación. 

Como muchos probablemente lleguemos a la vejez sin haber logrado desarrollar todo aquello que algún día anhelamos siendo jóvenes, en esa juventud en la que acabamos decidiendo si por esta vida hemos de transitar volando o arrastrándonos, porque, a pesar de todos los pesares, la juventud es  el momento en el que optamos por ser lo que somos y esa opción depende casi exclusivamente de uno mismo, porque puede el mundo golpearnos, hacernos retroceder, sufrir, retrasar nuestro avance, ponerle una zancadilla a nuestros esfuerzos, pero seremos nosotros los que decidamos elevarnos sobre ellos o arrastrarnos por el suelo. 

Un tanto heroica y románticamente, a nuestra generación se le señalaron diversos ideales como posibles y necesarios, por ello frecuentemente recibimos varios golpazos cuando buena parte de aquellos ideales eran arrasados por la realidad de nuestro mundo y muchos contemporáneos nuestros cayeron en la incredulidad y el cinismo y parece que ahora estos adultos se han dedicado a transmitir más cinismo que ideales; no solo incrédulos ante los ideales sino pesimistas ante el mundo, somos estos adultos los que hoy estamos dejando de alimentar las ilusiones necesarias a los jóvenes. 

Los adultos nos hemos equivocado y nos seguiremos equivocando, los jóvenes tienen que vivir su vida sabiendo que muchas veces se equivocan y se equivocarán, por supuesto sin olvidar que quienes les rodean, tan humanos como ellos, no cometieron menos errores en este proceso de construir una vida acertando y errando. 

La mayoría de nuestros yerros se comenten por tontería, por falta de precaución, por hablar de más antes de pensar con detenimiento, y pocos, realmente muy pocos, ocurren porque nuestra alma se haya complacido en descender a tal grado de dejarnos llevar por el mal. Es por eso que a quien le da trabajo perdonar es generalmente porque no tiene buena memoria o no se conoce bien a sí mismo, porque, si realmente estuviéramos ciertos de todos nuestros errores, ¿cómo no excusaríamos a los demás ante todo lo que hay que excusar en nosotros? 

Esperemos que un día a todos nos perdonen mucho mejor de lo que nosotros hemos perdonado, que Él nos enseñe la lección final perdonándonos a pesar de tantos errores nuestros al perdonar. 

Lo más leído

skeleton





skeleton