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Quienes ya peinamos algunas canas vemos con tristeza cómo, año tras año, la vorágine comercial va desplazando y extinguiendo algunas de nuestras más bellas tradiciones navideñas, como la Rama.

Aunque no se conoce el origen exacto de esta tradición, se cree que data de la época colonial, cuando los misioneros españoles empezaron a difundir la religión cristiana, utilizando en las festividades religiosas velas de cera, faroles con armadura de metal o de madera, que en la Nueva España se sustituyeron con varas de la flor del maguey, dando origen a la mezcla de elementos prehispánicos y españoles, extendiéndose su costumbre por los estados del sureste mexicano.

Aquí en Yucatán, durante muchos años, las noches decembrinas son armonizadas por un canto especial, generalmente en voz de niños que alegremente recorren las calles para pedir una aportación económica.

En las oscuras noches era común ver a las puertas de las casas niños cantando para ganarse el “aguinaldo” y esta procesión va de casa en casa entonando los ingeniosos y variados estribillos de la Rama: “Me paro en la puerta y me quito el sombrero…” y dependiendo de la respuesta recibida se puede escuchar la gratitud de los pequeños o en caso contrario algunas estrofas como: “Ya se va la rama con patas de alambre, porque en esta casa se mueren de hambre” u otras más ofensivas como: “Ya se va la rama con una escalera, porque en esta casa tienen cagalera”; de ahí que es mejor quedar bien con los muchachitos y darles sus merecidas monedas a cambio de ahorrarse un inmerecido improperio.

La rama es una tradición mexicana muy vistosa y alegre derivada de los tradicionales villancicos navideños, se inicia con el primer día de diciembre y concluye el día quince, previo al comienzo de las posadas.

El ingenio es indispensable para la decoración con globos de colores, cintas, imágenes de santos o vírgenes, faroles, velas, incluso la gran diversidad y variedad de estrofas que se cantan en el recorrido.

Al final de la jornada, las ansiosas caritas de los niños se posan sobre la pesada alcancía para iniciar el recuento de monedas y la equitativa repartición entre los participantes.

Hoy, en la ciudad de Mérida, esta tradición está casi extinta, la inseguridad y el exceso de tráfico infunden temor a los padres que niegan a sus hijos participar de esta tradición navideña; lo mismo ocurre con las posadas que ya raramente se ven por las calles de las colonias populares desafiando a los conductores de autos.

La globalización tecnológica, acompañada de otros cultos religiosos, así como el embate de Santa Claus y su doctrina consumista para comprar muchos regalos han mermado la cantidad de creyentes católicos que poco a poco abandonan estas hermosas tradiciones mexicanas: “La calaca tiene un diente, y la muerte tiene dos, si no me dan mi aguinaldo, mi aguinaldo, se la pagarán a Dios”. ¡No coopera para la rama!

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