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Hace unos días inicié la lectura de la obra de Simone de Beauvoir “El segundo sexo”, libro que fue publicado en 1949, y que hoy sigue siendo un referente en la reivindicación de las mujeres, este acercamiento me ha originado una serie de cuestionamientos que me llevan a replantear mi condición de mujer. Simone habla de la libertad como una condición que está oprimida en las mujeres, ¿realmente somos seres libres?, ¿hacemos lo que deseamos?, ¿o reprimimos esa voz manipulada por otros? 

“Uno no nace mujer, sino que se hace” explica Simone, es decir, la mujer se construye, es un hacer continuo, una actualización en las esferas de la vida, llega un momento en que hay que romper con los preceptos impuestos, nadie nos enseña a explorar la libertad, nos la roban desde la infancia como condición infame, nos encajan en ciertas medidas moldeables para satisfacer al otro, multiplicándose la subordinación a la que hoy estamos sometidas. ¿Cómo liberarnos de las ataduras ancestrales? ¿Cómo encontrar el equilibrio? O encontrar esa reciprocidad que menciona Simone. Tenemos múltiples desventajas desde el momento de nacer, y lo sabemos. 

Una mujer en la medida que avanza en su liberación, se descubre a sí misma como un sujeto capaz de transformarse, moverse en el mundo como el ser que es, autónoma, libre, responsable de sí misma, construyendo para sí y para otras nuevas posibilidades, descubriendo capacidades que la llevan a construir un mundo diferente por lo que sería conveniente el cuestionarnos ¿asumimos nuestra existencia?, ¿o es asumida por otros?, ¿apoyamos consciente o inconscientemente la opresión? Recordemos que una de las premisas de la corriente filosófica del existencialismo es asumir la propia existencia en términos de libertad y responsabilidad pero ¿cómo ser libres en un contexto desfavorecedor? 

Por momentos ignoramos la expresión correcta como diría Simone a esa sintomatología social que todas las mujeres hemos sentido en algún momento de la vida, sin embargo, nuestra condición nos impide nombrar acertadamente en el momento preciso, miramos la opresión como algo normal, es preciso poner sobre la mesa que el problema no está dentro de nosotras, el problema está afuera, en el contexto, el cual si no logramos diferenciarlo nos absorbe, es muy fácil caer en ello cuando no contamos con herramientas o información, cuando no sabemos distinguir el papel de un opresor al papel de un oprimido, también porque muchas veces resulta cómodo, pero al desconocer una va perdiendo la libertad. 

Este tipo de lecturas son las que vale la pena rescatar y divulgar, me gusta el hecho de regresar la mirada hacia nosotras, conocernos, el entender por qué somos como somos y por qué estamos donde estamos, reconocer el contexto no para quedarnos en el discurso sino para transitar ese retorno del que habla Simone. Esa necesidad de convertirnos en sujetos, no a la sombra del otro sino a la par de él. Afirmarnos como mujeres capaces, porque si no nos creemos capaces ni siquiera lo intentaremos.

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