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Estamos a un año del inicio de la pandemia de coronavirus. Hace 365 días nuestro mundo, nuestras relaciones, nuestras actividades, eran completamente distintas y ni siquiera pensábamos que esto podía cambiar. Todavía recuerdo haber pensado que dos semanas era mucho tiempo para mantenernos en casa y hoy casi un año después se ha convertido en nuestro modo de vida.

Hemos aprendido mucho en este año. Aprendimos que las cosas cambian de un momento a otro, sin previo aviso, todas tus certezas pueden tambalearse. El cambio es lo único seguro en nuestro día a día. Hemos aprendido que nuestra capacidad de adaptación es la mejor virtud a la que debemos de aspirar, y que aferrarnos a lo que conocemos o a nuestra zona de confort no nos permite avanzar y comprender los nuevos momentos que nos ha tocado vivir.

Hemos aprendido el valor de un abrazo, de la familia, de una charla con amigos, de la dicha de caminar libremente, aprendimos también a extrañar a todos esos seres que han fallecido, no solo por Covid, a quienes constantemente echamos de menos. Aprendimos el valor de la salud, a preocuparnos por nuestra alimentación, por hacer ejercicio diario y por cuidar nuestro cuerpo.

Las cosas han cambiado mucho en un año, siempre cambian, pero en esta ocasión el cambio es muy contrastante y rápido. Nos tomó por sorpresa y pensamos que duraría poco, sin embargo, hoy, a un año del inicio de la pandemia, vemos que tendremos que aprender a vivir con esta enfermedad que llegó para quedarse.

La familia ha tomado un nuevo valor, tal vez siempre lo tuvo, pero lo dábamos por sentado. Creímos que siempre estaría ahí, hoy la apreciamos más. Poder conversar con los abuelos, aprender de su sabiduría, de sus experiencias tiene un nuevo sabor, la alegría de los nietos, de los hijos, de la convivencia la disfrutamos más. Tuvimos que aprender a manejar la soledad y el asilamiento, para muchas personas el quedarse en casa significó tiempo libre con el que ya no sabíamos qué hacer. Estábamos acostumbrados a correr de un lugar a otro, siempre ocupados, evadiendo la soledad, la reflexión, la meditación. Quedarse en casa nos enfrentó con nosotros mismos, con nuestros ángeles y con nuestros demonios. Un aprendizaje en ocasiones doloroso, pero siempre enriquecedor, al que ahora nos vimos forzados.

Los problemas económicos se han agravado, quedarse en casa significó, en la mayoría de los casos, quedarse sin sustento. Algunos encontraron nuevos caminos al quedarse sin empleo, pero otros han visto cómo se disminuye su poder adquisitivo y ya no pueden esperar más a que la pandemia les permita salir. Así que en los últimos días las calles se han visto nuevamente llenas de gente, hemos perdido el miedo a contagiarnos ante el miedo de no tener dinero para vivir, así que poco a poco la vida vuelve a tomar su ritmo, con miedo, con contagios, con pérdidas, pero también con nuevas libertades, con encuentros y con alegrías.

No se puede parar el ritmo del mundo de manera indefinida, tenemos que recuperar nuestros espacios, con respeto, con medidas de precaución y con sana distancia, pero tenemos que aceptar que la vida sigue, hay que aprender nuevas reglas de respeto para quienes piensan diferente, quienes no están listos aún para salir.

La vacuna llegará, la inmunidad de rebaño nos ayudará a recuperar algunos espacios y a disminuir algunas distancias, pero no tengamos prisa, démosles el tiempo necesario a las medidas de seguridad, a las disposiciones del semáforo del lugar en el que vivimos y recuperemos el ritmo sin recaídas. Estamos más cerca del fin, pero no es momento de bajar la guardia, de salir sin precaución; si te es posible quédate en casa, y si tienes que salir hazlo a sana distancia.

Valoremos lo aprendido, la importancia de la familia, lo increíble de la amistad, pero sobre todo, no nos olvidemos de cuidarnos a nosotros mismos, a nuestra salud y a quienes nos rodean. Recuerda quédate en casa.

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