Nocturno
El poder de la pluma
La noche es una figura que aparece rodeada de júbilo, pero de buenas a primeras se convierte en una sucesión de momentos inesperados hasta que su arribo, puntual y decidido, declara su presencia. Sin embargo, decir que esas sombras repentinas describen su misterio puede considerarse un lugar común, aunque pocos saben presagiar su naturaleza, sus atributos íntimos, su profundidad, no tanto en razón de los sueños, sino por el juego de oscuridad y luz que asoma en el claro de una ventana.
Sin duda, por la noche se escuchan sonidos fugaces, nacidos de los árboles y los animales que la habitan, del encanto breve y de no sé cuántas maravillas que hace falta descifrar antes de arrebatarle perplejidad a las tinieblas.
La lista de fórmulas, encantos y sorpresas a propósito de la noche ha ocupado la atención de muchos poetas, como Antonio Machado, que una Noche de Verano vio florecer “las negras sombras en la arena blanca”.
Y pensadores de la talla de Sigmund Freud observaron que las emociones escondidas emergían a la consciencia durante los sueños, por lo que respetaban la noche como un tiempo benéfico para sus estudios.
Incluso cualquier persona alucinada por el despeñadero de la oscuridad, por el brillo de la Luna y las estrellas, y hasta por el canto de los pájaros nocturnos, puede sentir que la noche arremete contra el juicio y experimenta efectos descollantes.
En medio de las sombras también oprime el insomnio, ese como guijarro impetuoso que persigue a quienes lo padecen, sin poder encauzar los rumbos del pensamiento, la poesía o los planes futuros.
Para otros, la noche simplemente resulta una primicia del Sol o la antesala de un amanecer propicio. Con sencillez prefiero atravesar sus sombras a la intemperie, acariciando su manto punteado de estrellas, o escuchando el ruido de los grillos, y con el poeta José Martí aceptar a pie juntillas, que “la noche es la recompensa del día”.
Claro que no toda acción mañanera produce recompensa nocturna, ya que el peso de la conciencia es justiciero, salvo en los casos de cinismo en cuyas entrañas nada aviva los desvelos, y ni siquiera ocurre eso que podemos considerar una mala noche.
No obstante, quienes han hecho de la noche una fase de asiduidad indiscutible, una circunstancia de la luz, un momento de la verdad, han acordado decir que es el camino más corto para alcanzar el Sol, y sin titubeos la ven aparecer como el mejor premio del día. Se ha señalado que de la noche salimos recompensados, pero solo ocurre cuando ingresamos a ella con júbilo y esperanzas, con una porción de paz. Esas son quizás las huellas que pueden darnos una pauta, pero la noche continuará siendo una alegoría, la razón del nocturno.