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Existe un relativo consenso en que la primera civilización del mundo se originó en Mesopotamia, ubicada en la cuenca de los ríos Tigris y Éufrates, área que actualmente ocupan Irak y Siria. Su mitología contiene el mito del héroe Gilgamesh y al respecto Fernand Comte escribió el siguiente relato.

Gilgamesh fue un rey tiránico y también un aventurero intrépido. Fue hijo de la diosa Ninsun y de un mortal, el rey de Uruk. Comte especifica que dos tercios de él eran divinos y el tercio complementario era humano. Además se dice que fue un personaje sumamente fuerte y muy apuesto. En los combates no hubo rival que lo derrotara. Construyó su propia ciudad, una fortaleza inexpugnable, rodeada de una muralla de nueve kilómetros y medio, flanqueada por más de novecientas torres. Pero alguien habría de desafiarlo.

En un pueblo no muy lejano dominaba un extraño ser llamado Endiku, a quien se le describía como un hombre salvaje, cuya naturaleza era más de animal que de un ser humano y su cuerpo estaba cubierto de abundante vello. Se contaba que vivía en las cuevas y también se le miraba en otros paisajes yermos, entre bestias salvajes. Endiku no conocía la civilización y estaba dotado de una fuerza colosal; destruía todo lo que le salía al paso y buscaba pelea con todo aquel que encontrara en su camino.

Era un déspota cruel, pues utilizaba a los hombres de su pueblo para realizar trabajos forzados. Además, decidió que todas las mujeres de la región le servirían para satisfacer su apetito sexual. Ante la gran opresión que infligía a sus súbditos, éstos suplicaron a los dioses que los liberaran de su verdugo. Entonces las deidades decidieron enfrentarlo a Gilgamesh para que lo venciera y lo matara.

En un primer momento, Gilgamesh vio a Endiku en un sueño; luego se enteró de su existencia a través de un cazador que lo había visto beber en una fuente. Gilgamesh envió a una cortesana para que lo sedujera. Ésta hábilmente logró unirse al salvaje en una relación sexual que duró siete días con sus noches. Al final, la mujer logró hacer de Endiku un personaje más parecido a un hombre que a un animal.

Atraído por la cortesana, Endiku siguió sus pasos hasta la ciudad donde reinaba Gilgamesh y poco a poco se introdujo a la civilización. Muy pronto el rey salió a su encuentro y como ya había planeado matarlo, se confrontaron en una terrible pelea. Cada cual ejecutó sus ataques más despiadados, pues predominaba la obsesión de vencer para demostrar su supremacía.

Así que sólo había las opciones de matar o morir. Gilgamesh utilizó su fuerza y experiencia en tanto que Endiku empleaba su instinto bestial sin límites.

Tal combate no tenía pronóstico posible, pero sucedió algo realmente inesperado (Continuará).

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