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Cuenta Adolfo González Salazar que hace 300 años, en el centro del caserío que actualmente es la villa Bolonchén de Rejón, Campeche, hubo una aguada o cenote que fue la causa principal por la que los antiguos pobladores, originarios de Ticul, Yucatán, fundaron esta comunidad. Además el área estaba rodeada por tierras fértiles y muy productivas.

Todos vivían muy felices porque lograban buenísimas cosechas de maíz, frijol y muchos productos del campo, pero un hecho vino a perturbar la tranquilidad de los pobladores. Cierta tarde apareció una mujer anciana con una mala apariencia, pues estaba sucia, con pelo largo y descuidado. Esta señora obtuvo el permiso de la autoridad local para permanecer en el lugar. Luego fue a la orilla de la laguna y ahí mismo se sentó a peinar su cabellera. Los moradores de Bolonchén se sintieron atemorizados por esta persona.

Al día siguiente la señora no estaba en su lugar y al mismo tiempo había desaparecido uno de los habitantes del pueblo. En la tarde de ese mismo día la mujer volvió a la comunidad, los hechos se repitieron y continuaron diariamente. La gente tenía mucho miedo porque cada noche perdían a un pariente.

El batab o jefe político fue a consultar a varios j’menoob y ninguno lo sacó del apuro. Hasta que encontró al j’men Kantún. Éste explicó al batab que alrededor de la localidad había espíritus que se consideraban dueños de los montes y por eso estaban empeñados en desalojar a los nuevos moradores de estas tierras. Entonces, aquella mujer era la enviada de dichos espíritus.

Kantún se comprometió a atender el asunto. Hizo todos los preparativos para resolver el problema. Elaboró una bebida y unos cigarros con poderes somníferos y esperaron a la enigmática mujer. Esta vez llegó a la medianoche y se sentó en el sitio acostumbrado. Varios hombres del pueblo se acercaron a platicar con ella y le invitaron a tomar la bebida y fumar los cigarros. Ella estaba feliz por la recepción, pero muy pronto hizo efecto el somnífero y cayó en un profundo sueño. El j’men Kantún le cortó los cabellos y con ellos confeccionó una trampa que colocó en el camino que siempre traía la mujer.

Al día siguiente ella se despertó, se dio cuenta del engaño y emprendió la huida. Kantún fue tras ella y la encontró en la trampa. La llevó ante la presencia de la gente del pueblo. Posteriormente la condujo a una cueva ubicada en el monte en donde sería alimentada por un perro de cera que Kantún hizo. Cuentan que cerca de esta caverna y en Semana Santa, escuchan los gritos lastimeros de la mujer encerrada. El relato termina diciendo que la gente, ya más tranquila, abrió los nueve pozos que le dan el nombre al poblado: Bolonchén.

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