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Muy cerca de la plaza principal de Kaua, localidad próxima a Chichén Itzá, hay una caverna, hoy conocida con el nombre de Kaab, la cual es un verdadero laberinto sumamente complicado y extenso. Manuel Rejón García escribió un relato asociado a esta cavidad que fue publicado, en una edición facsimilar, por José Díaz Bolio.

En la corte de Chichén Itzá vivía Oyomal, hija de J’Kinxok, sumo sacerdote local de aquellos tiempos. La naturaleza fue generosa con esta chica, pues era muy bella y llena de gracia. Tuvo muchos pretendientes pero no escogía a ninguno y los trataba con toda la cortesía de su buena educación. En ese tiempo y lugar vivían los hermanos Ak y Kay, príncipes ambos, los cuales eran muy unidos. Cuando conocieron a la bella joven, quedaron embelesados por su hermosura y, en consecuencia, surgió una terrible rivalidad entre ellos.

Cada uno empezó a cortejarla para luego desposarla; sin embargo, esto hizo que los carnales se odiaran. Fue Kay quien tomó la ventaja al ser correspondido por la bella Oyomal. Pero Ak no aceptó la derrota y como era el príncipe que tenía el poder ordenó que recluyeran a la dama en el claustro de las vírgenes, en tanto Kay fue encerrado en la mencionada cueva de Kaua, a 24 kilómetros de Chichén Itzá.

Cada mañana se presentaba Ak para hablarle a Oyomal de su pasión y le ofrecía compartir el trono si correspondía a su amor. La joven permanecía silenciosa, absorta en el recuerdo de su amado ausente. Mientras tanto, en la caverna de Kaua, el prisionero Kay obtuvo un pedernal y comenzó a cavar en la dirección correcta para llegar al lugar donde estaba encerrada su amada Oyomal.

Con la fuerza del amor y la perseverancia inaudita cavaba aquella gruta incesantemente. Todo lo que deseaba era tener a Oyomal entre sus brazos. Pasaron muchos soles hasta que un día aquel príncipe enamorado llegó, en forma subterránea, al claustro de las vírgenes y se reencontró con su amada. Sin tiempo que perder iniciaron la huida, pero en ese justo momento llegó Ak a su acostumbrada visita y sorprendió a los jóvenes en la fuga. Kay apeló a la razón y quiso convencer a su hermano de que les permitiera el escape y los dejara en paz.

Sin embargo, al ver la negativa de Ak, intentaron regresar por aquel laberinto que él había excavado. Desgraciadamente, los guerreros del príncipe despechado los alcanzaron y les dieron muerte en el mismo subterráneo.

Rejón García concluye el relato mencionando que, en las noches de enero, se oyen sonidos cuales voces humanas que el eco reproduce y recorren todo el interior de la caverna. Los viejos sabios del pueblo aseguran que son las palabras cariñosas de aquellos jóvenes cuyos espíritus se siguen amando en la eternidad.

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