¿Quién habla con los niños?
El poder de la pluma
Nos estremece la noticia de una niña violada, torturada y asesinada. No leemos los detalles, ya sabemos cómo operan los feminicidas, nos duele saber que ha pasado de nuevo, nos cala los huesos que ahora sustrajeron a la niña de su escuela y fue una mujer: una mujer que tomó la mano de esa niña para entregarla a las bestias. Ella sabía lo que iba a pasar con Fátima y, aun así, puso esa vida en manos de quien iba a arrancarla a dentelladas.
Llego a mi ensayo y reina un ambiente de devastadora tristeza. Una de las actrices llora de indignación, de rabia, de impotencia. Teme por sus hijos y por los hijos de todos los que vivimos en este país. Piensa que lo mejor es mandar a sus hijos a estudiar fuera de aquí, aunque deje de verlos por un largo tiempo, aunque los niños tengan que renunciar a seguir cerca de sus padres y sus amigos. Me pregunto si ese es el camino.
El horror nos ha alcanzado, lo veo en los ojos llenos de desesperanza de mis compañeros, los que tienen hijas temen, temen mucho, piensan estrategias para cuidarlas todo el tiempo; nosotras mismas hablamos de las estrategias minímas que debemos tener para regresar a casa vivas. La indignación crece, no hay respuestas que nos den consuelo, no puede haberlas; la única respuesta que nos calmaría un poco es saber que detuvieron a todos los asesinos de mujeres y niñas que han vuelto a este país un terreno fértil para el horror verdadero.
La tristeza extiende un largo velo sobre nosotros y entonces me lleno de preguntas: ¿Qué les decimos a los niños? Esos que sus padres miran con miedo y abrazan muy fuerte deseando que nada malo les suceda. ¿Qué les decimos a los niños de la escuela de Fátima? ¿Los llenamos de miedo y les advertimos que este país es hostil y no deben acercarse a un extraño porque puede violarlos, torturarlos y matarlos? ¿Callamos porque no queremos que sepan que este país feminicida cada vez tiene más gula por las mujeres y si son pequeñas, mejor? ¿Les hacemos creer que no pasa nada e inventamos un mundo ideal a su alrededor? ¿Qué hacemos con las niñas, las encerramos en casa, bloqueamos puertas y ventanas, extremamos cuidados sobre ellas, les pedimos que se vistan con faldas largas, que renuncien a fiestas y reuniones porque sabemos que su libertad puede significar no volver a verlas? ¿Qué hacemos con los niños que llenan los silencios de los adultos con miedos y dolor? ¿Los enseñamos a defenderse, a golpear, a matar? ¿Les decimos que ojo por ojo y diente por diente, que no tengan piedad? Pensamos mucho en las autoridades, esas que manifiestan una indiferencia que añade más dolor y desaparece la esperanza, pensamos mucho en los que se burlan de los feminicidios y no manifiestan el menor rasgo de empatía por la sangre derramada. Quizá hay que dejar de pensar en ellos y empezar a pensar en los niños, en cómo acompañarlos y sanar su corazón en un país en el que el horror se alimenta de la negligencia, del odio y la indiferencia.