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Las calles de esta ciudad y sus transportes públicos siempre nos regalan imágenes poderosas; algunas duelen, otras causan risa o nos llenan de nostalgia o tristeza, otras pueden convertirse en inspiración, como la mujer y sus niños que inspiraron este texto.

“Escucho la respiración de mi niño a mi espalda, el semáforo se pone rojo: es el momento, sorteo los autos y me acerco con la cabeza baja y la mano extendida. Mi otro niño: ‘mi niño grande’ de cuatro años, se queda atrás. No lo veo pero sé que ahí está. Ya le compraron un paquete de chicles, y antes de sorberse los mocos, se guarda las monedas en el bolsillo del pantalón. Mi niño pequeño está dormido, arrollado como un taco en mi rebozo, su cuerpo tibio descansa sobre mi espalda, el rebozo no deja pasar la luz y por eso mi niño duerme mientras yo corro esquivando los autos y tratando de conseguir unas monedas para pasar el día. Mi niño duerme y su respiración me mueve a buscar algo para darle de comer. Mi leche comienza a gastarse, así como se me van secando los pechos: el juguete favorito de mi niño. Basta una seña para que mi niño grande entienda hasta dónde puede alejarse para que no lo pierda de vista. Estas calles pueden convertirse en la boca de un monstruo en cualquier momento: estas calles se tragan a los niños para regresarlos con los huesos rotos y la piel hecha pedazos, esta ciudad devora niños, a algunos los va matando poquito a poquito, es común verlos descalzos, inhalando, escupiendo fuego. Mi niño taco es un dormilón, no se imagina todo lo que hay que sortear en esta ciudad para que las calles no te coman; preferiría que no creciera, que se quedara siempre pequeñito para traerlo en mi rebozo, sintiendo su respiración en mi espalda. Mi niño taco inhala y yo extiendo la mano, mi niño exhala y la ventanilla del auto sube, mi niño inhala y yo pido una moneda, mi niño exhala y el auto arranca, mi niño inhala y yo me acerco, mi niño exhala y un auto casi me atropella los dedos que salen de mis huaraches. Mi niño respira y yo con él. Me rindo, mi niño se mueve dentro del rebozo, el hambre lo despierta. Me siento en la calle, pongo mi pecho en su boca y no escucho los ruidos de mi panza hambrienta, escucho a mi niño sorbiendo mi leche y suspiro. Mi niño grande se acerca, alguien le regaló un pan, su boca y sus mejillas están llenas de migajas, él cree que no me doy cuenta pero sé que hay quienes prefieren darle comida que dinero. Le limpio las migajas de la boca y lo abrazo; ahora los tengo a los dos en mis brazos. Quisiera sonreír pero hace mucho que la sonrisa abandonó mi boca. La gente pasa de largo y yo sigo sin juntar unas monedas para pasar el día. No tengo nada pero lo tengo todo, pues tengo a mis niños descansando en mi abrazo”.

La mujer que inspiró este texto es también una niña, la vida le ha endurecido el gesto y la hizo crecer de golpe, ella cuida a sus niños como puede, y quizá los cuida mejor de lo que sus padres la cuidaron a ella.

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