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Lo complejo de los días que vivimos nos han conducido a la necesidad de reflexionar sobre la muerte, no solamente como efeméride, sino como un hecho humano cuya representación simbólica puede encontrarse en todas la culturas del mundo. La actual pandemia de Covid-19 que asuela a la población global ha dejado entrever aspectos significativos de las condiciones de vida material de millones de seres humanos, debido a que, si bien el virus es contagioso para toda persona, son los sectores proletarios y populares los más expuestos a su contagio y su padecimiento en dimensiones mayores por la falta de recursos económicos para hacerle frente; la desigualdad social ha marcado los índices de mortalidad que ahora se aceleran, no es que sea exclusiva la condición de clase pero sí determinante.

En cada país y región las diferentes culturas manifiestan su relación con la muerte a través de una serie de valores culturales, interpretaciones sobre la vida, la materialidad de la existencia e incluso la razón misma del ser humano, estas manifestaciones tienen representaciones rituales como reflejo de la cosmovisión y cosmogonía en cada rincón del orbe; la vida como preludio de la muerte es también un elemento importante en la forma de comprender el hecho de partir físicamente. La muerte no se afronta de la misma forma, pues algunas culturas la ven como el paso a otro nivel de la existencia, y unas más, más occidentalizadas, la miran como el fin del camino de la vida. Lo que puede observarse en común es que la muerte conlleva un proceso de duelo o despedida y una serie de actividades en torno a ella que responden a la interpretación simbólica de la cosmogonía; por ello, la razón del ser y su esencia juegan un papel fundamental en estos rituales y prácticas culturales.

En el caso de la región maya, la muerte es parte de la existencia de un mundo más allá de lo terrenal, de una realidad complementaria a la vida material, su significado a pesar de la colonización española mantiene elementos propios que se conjugan con la visión cristiana; este sincretismo religioso y mestizaje cultural complejiza las expresiones simbólicas que con el paso de los siglos han conformado un fenómeno particular de gran riqueza. Lo anterior hace necesario reconocer que el hanal pixán no se reduce a los altares ni a la exposición de alimentos y prendas para los difuntos, ni tampoco puede en sí reducirse a lo que se difunde de los días de muertos, pues, igual que la vida, la muerte está presente en todo el calendario, aunque en el imaginario sociocultural estos días se revisiten de especial importancia.

Lo trágico de estos tiempos ha repercutido en las prácticas funerarias, en los procesos de despedida, así como en el duelo mismo, debido a las limitaciones sanitarias, pero con el tiempo se podrá observar cómo las culturas del mundo, con su grandeza reinterpretativa, adaptarán e incorporarán elementos hoy forzados por la pandemia pero que en un futuro próximo serán resignificados y complementarios en el quehacer cultural de los pueblos del mundo.

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