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Hace algunos días fuimos testigos del alcance de la nueva realidad en los Estados Unidos: los medios masivos de comunicación y las redes sociales expandieron los acontecimientos de la toma del Capitolio por parte de los simpatizantes del todavía presidente Donald Trump; estos aparatos de control social se mostraron como el auténtico poder en el mundo, se enfrentaron al presidente Trump, lo censuraron y lo vencieron.

Donald Trump llegó a la presidencia con la promesa reivindicatoria de cambiar las condiciones de ciertos sectores estadounidenses; bien sabíamos que difícilmente lo lograría -era obvio que no es un asunto de administración, ni políticas gubernamentales, es un claro problema de recursos-, lo que está colapsando no es el poder o la imagen de un hombre, tampoco el país más poderoso, sino todo el sistema político, social y económico en el mundo, en el que está basado el funcionamiento que rige la distribución de los beneficios y recompensas que cada sector social o geográfico considera que le pertenece.

Los negros ya no quieren seguir siendo tratados como “negros”, los blancos añoran tiempos pasados, los profesionistas exigen beneficios según su preparación, los ricos no preparados argumentan que lo que vale es el dinero acumulado y no el conocimiento; las mujeres exigen mayores salarios y oportunidades; los hombres ya no quieren hacer trabajos pesados ni sucios, piden que los hagan las mujeres; los viejitos exigen sus pensiones según sus contratos originales de 30 años y ni un día más; los jóvenes no quieren trabajar prefieren disfrutar la vida, viajar y no mantener viejos; los asiáticos están cansados de ser los obreros de la fábrica del mundo, mientras los blancos europeos y norteamericanos compran de todo con sus dólares y euros sin esforzase mucho. En nuestros países las familias de las colonias populares cuestionan por qué viven en condiciones con extremas restricciones mientras algunas otras familias viven en la abundancia; las familias favorecidas consideran flojas a las quejosas, etc.

El linchamiento mediático de Donald Trump y su sacrificio político no serán suficientes para detener el surgimiento del nuevo hombre y su respectivo orden mundial; por ahora la búsqueda de nuevas soluciones ha sido a través del método del ensayo-error, cambiando personas y organizaciones políticas, e incluso de sistemas representativos, pero no del paradigma recompensatorio; sin embargo, a partir de lo visto en el Capitolio, es muy probable que la sociedad a nivel mundial se atreva a más, y reclame con mayor vehemencia sus fueros.

Me atrevo a presumir que de la misma manera que Trump sufrió una restricción a su libertad de expresión, los gobiernos del mundo, coludidos con las redes sociales y empresas de internet, condicionarán el uso de estos servicios con el objeto de mantener el control por “motivos de seguridad nacional”, pero por la presión que produce la economía online, no podrán prohibir su uso, con lo que aparecerán nuevas formas y actores tecnológicos que coadyuvarán en el próximo estallido de exigencia recompensatoria en el mundo.

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