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Si tuviéramos que etiquetar a Julian Assange con una palabra sería “universal”, su figura representa al hombre postmoderno, al ciudadano del mundo, al individuo que no requiere de los estados nacionales ni de los partidos políticos -instituciones obsoletas del siglo XIX-, para ser considerado como un valiente, un ídolo, etc. Durante la época decimonónica, las “unidades” nacionales dejaron de estar asociadas a emperadores, reyes, representantes de Dios y otras figuras absolutistas y pasaron a depender de valores inspirados en la historia y en el sentimiento patriótico.

Las guerras fueron la consecuencia de esa afirmación nacionalista, de ahí la necesidad de construcción de paladines, la asignación escolar del estudio de la historia nacional y del culto a los ganadores convertidos en héroes y de los perdedores en traidores; sin embargo, lo que nunca desapareció fue el establishment, también denominado el “estado profundo”, a lo que Assange ha estado enfrentando en solitario con persecución, encierro y denostación de su persona durante 10 años, emergiendo como el verdadero trasformador de la conciencia internacional, incluso su influencia tiene tanta trascendencia que ha modificado el comportamiento público de la política militar de los Estados Unidos.

En abril de 2010, WikiLeaks publicó un video en el que se observa y se oye con claridad la vergonzosa comunicación entre el mando y los soldados de un helicóptero militar estadounidense asesinando a periodistas y civiles en Irak durante 2007; en noviembre del mismo año, publicó más de 250,000 documentos secretos que revelaban las entrañas de la diplomacia estadounidense; inmediatamente Suecia -aliada de Estados Unidos y no miembro de la OTAN-, con el uso de un par de mujeres, inició un juicio contra Assange por violación, que sería el pretexto no político de persecución.

Cuando en marzo 2011, la ONU y la OTAN destruyen Libia para asesinar a Muamar Gadafi y “poner orden”, Estados Unidos le cede la primacía a Francia, era obvio que estaba presente el efecto de WikiLeaks, aunado a la presión del desprestigiado premio nobel de la paz a Obama, quien todos los días hizo la guerra.

Durante octubre y noviembre de 2016, Wikileaks influyó -con la publicación de los correos de John Podesta, secretario de Hilary Clinton-, en las elecciones del 8 de noviembre.

Donald Trump, como presidente, no le declaró la guerra a ningún país, ni como instrumento patriotero para reelegirse; el efecto de WikiLeaks estuvo presente, incluso se mostró muy abierto en los temas oscuros de la diplomacia del garrote estadounidense.

Desde la hermenéutica, las revelaciones de WikiLeaks son más significativas de cómo la sociedad asume el peligro y su manera de enfrentarlo que por la verdad misma. ¿Y si el propio gobierno estadounidense permitió la filtración para distraer la atención de violaciones más graves?

Lo evidente es que el nuevo ciudadano confía más en la red, pero también le teme en mayor cuantía, que en el gobierno. La vida en su conjunto -los negocios, trámites, compras, educación, comunicación y el amor- se realiza por internet.

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