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La vida de Joseph Eugene Stiglitz ha sido rica en experiencias y, hasta hoy, sus posiciones ideológicas y políticas las ha mantenido a lo largo de su biografía; se graduó como economista en el Amherst College, donde se destacó como dirigente estudiantil, en la década de 1960; obtuvo su doctorado en 1967, en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT); ha sido profesor en las mejores universidades del mundo: Yale, Stanford, Princeton y Columbia; participó entre los autores del segundo informe de evaluación del Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, que compartió el premio Nobel de la Paz con Al Gore, en 2007; igualmente se desempeñó como primer vicepresidente y economista jefe del Banco Mundial y presidente del Comité de Asesores Económicos (CEA) del gobierno de Bill Clinton. Stiglitz contribuyó a la constitución de la Economía de la Información; en 2001, fue galardonado con el Premio Nobel de Economía por sus estudios de la información asimétrica, que tiene aplicaciones tanto en el sector privado como en el público.

La Economía de la información estudia la presencia de la asimetría en la información, y su eficiencia en la relación que se establece entre los participantes de una negociación, es claro que quien tiene información privilegiada obtiene mayores beneficios.

En México, la información no solamente es asimétrica, sino que existen políticas comerciales exprofeso para confundir al cliente, con precios falsos en los anaqueles, también aparecen contratos de adhesión incomprensibles -incluso para muchos de los profesionales del derecho-, producto de un capitalismo bananero con entes públicos cómplices, como la Procuraría Federal del Consumidor (Profeco), la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (Condusef), las figuras de Defensoría de la Audiencia, entre otras burocracias plagadas de funcionarios con perfiles ajenos a los conceptos de transparencia transaccional, inclusive tan pobres que solamente tienen atmósfera en lo “político”; lo más grave es cuando al ciudadano se le engaña desde el mismo poder político y sus contexturas (administración pública, cámaras legislativas, gobiernos estatales, municipios, partidos políticos, etc.), con letanías que van desde lo soporífero hasta lo estridente, según el estilo del emisor y el público objetivo referente.

Respecto a los partidos políticos, los urdidores supremos de éstos, engañan a sus militantes y simpatizantes más sanos y honestos con la supuesta posibilidad de alcanzar alguna responsabilidad política, cuando es evidente que los tiempos y procedimientos de las convocatorias están diseñadas y arregladas para resolver conforme a su ADN y costumbres; en estos casos -existen políticos predilectos y ciudadanos sin oportunidad-, ni siquiera se ofrece información asimétrica, solamente desinformación, argumentando verdades a medias que conducen a rumores. Requerimos de una clase política capaz de defender su posición ideológica, la impronta de su entorno social -lo que aporta certidumbre al ejercicio político-; urge que se alejen de los intereses oscuros que los captaron.

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