Reciprocidad

El mes pasado, el Washington Post publicó dos advertencias sobre la intervención del gobierno ruso en las elecciones mexicanas para favorecer a Andrés López.

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El mes pasado, el Washington Post publicó dos advertencias sobre la intervención del gobierno ruso en las elecciones mexicanas para favorecer a Andrés López. En su análisis, los editorialistas del rotativo señalaban la importancia y capacidad de manipulación de las redes sociales, campo de batalla predilecto de Putin y compañía. En esas mismas fechas, el asesor de Trump H.R. McMaster advirtió públicamente que Rusia estaba ya interviniendo en las elecciones mexicanas. La prevención fue replicada intensamente a través de internet, donde vino a sumarse a otro bloque de advertencias sobre el peligro de que López convierta a México en Venezuela y el apoyo de Maduro a la campaña del tabasqueño. Finalmente, la semana pasada, el secretario de Estado de los EU, Rex Tillerson, en visita oficial a nuestro país advirtió en conferencia de prensa sobre el peligro ruso. Este conjunto de señalamientos ha llevado a discutir sobre la influencia real que el gobierno de Putin pudiera lograr en las elecciones y en el futuro gobierno, y abonó sin duda el esfuerzo de los adversarios del expriista de revertir su elevada popularidad.

Más allá del interés que, como otros, pudiera tener este debate, no deja de sorprenderme la ausencia que en él tienen las que a mí me parecen las evidencias más claras de la intervención extranjera que sí está teniendo lugar en este proceso electoral. Si por un momento dejamos de distraernos con el debate sobre la peligrosidad de los rusos y, como recomiendan hacer los periodistas, centramos nuestra atención en los hechos, las cosas parecen más claras.

Lo que tenemos a la vista es a un periódico muy poderoso de los EU y a dos funcionarios del equipo de Trump realizando activa y abiertamente una campaña para incidir en la elección mexicana, focalizándose en descalificar a uno de los contendientes. De lo de los rusos no se ha visto nada, pero, mientras tanto, reclamando la intervención de otros, es el equipo de Donald Trump el que abiertamente ha tomado partido electoral en México. La expresión más preocupante de esta campaña es el uso de espacios oficiales, como la visita del secretario de Estado, para realizarla. No es sin embargo sorprendente. Ya en 2016 los mexicanos fuimos testigos de cómo el Gobierno Federal organizó para el entonces candidato republicano un magno evento electoral en Los Pinos.

Lo que estamos testificando es cómo el forajido de la Casa Blanca devuelve los favores de campaña al jefe Videgaray y su amigo Peña. No se trata de una intervención norteamericana, al estilo de la Guerra Fría, ni siquiera de acciones de los republicanos, sino del uso faccioso de las propias instituciones de los EU para servir a las alianzas personales de Trump. Mala cosa para la institucionalidad política a ambos lados del Río Bravo.

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